Dejando a parte las conocidas de Ánima & Company, me he dado cuenta de que no tengo sueño, y que me apetece escribir un rato, y como no encuentro de qué me pongo a hacer esto. Son leyedas que si Poseidón quiere iré añadiendo, tanto de lugares, como de seres mitológicos como de personajes o de algún objeto escepcional.
La leyenda de Mileterris
Acercáos jóvenes... Hoy os explicaré cómo nuestros antepasados llegaron hasta las costas de nuestras bellas islas.
Se cuenta que por aquel entonces un joven habitaba en la costa de la espada, en uno de los pequeños pueblos costeros. Su padre, al igual que el padre de su padre, y por consiguiente del padre del padre de su padre se dedicaba a la pesca. Como buen pesacador, también era hábil reparando su humilde barcaza, con la cual partía siempre al mar en busca del rico siluro y del escurridizo esfinglo.
Por aquel entonces su mujer había dado a luz hace poco a su primera hija, Laris. La niña pasaba las horas aprendiendo de su padre, pescando y manejando el arpón, y cuando por fín descargaba la pesca, ayudaba a su madre a cocinar el esfinglo con algas, o a asar al siluro en la playa, entre risas y juegos. La cabaña era muy humilde, igual que su felicidad, pero, amigos míos, la felicidad sólo puede ser humilde.
"Pero, amigos míos, la felicidad sólo puede ser humilde"
Pronto llegaron los inviernos, y con el tiempo sus correspondientes primaveras. La pequeña Laris dejó de ser tan pequeña, y el joven pescador y su mujer dejaron de ser tan jóvenes.
Laris salía a pescar ya en su propia embarcación, y entre ola y ola sus ojos siempre se paraban en el horizonte. Ningún pescador se atrevía a cruzar más allá del horizonte. Se decía que en esa dirección, un gran precipicio te arrastraba hasta las infinitas sombras de la Cascada. La muchacha soñaba secretamente con acercarse hasta ese borde y extender sus alas como un cisne plateado, y ver desde los azules cielos las casas de sus vecinos, el viejo bosque, la charca del druída o las grandes marismas.
Un buen día, una barca encalló en las arenas próximas a la cabaña. En ella, un ser celestial yacía muerto, con las manos juntas sobre su pecho. Laris, al principio asustada, decidió arrancarle las níveas alas al misterioso cadáver, y las encaló en los laterales de su humilde bote. Éste, aprovechando el viento en popa se propulsó a gran velocidad por el cielo, ante la mirada atónita de sus padres. Laris saludaba a sus vecinos, voló por encima del viejo bosque, aterrizó en la charca del druída y exploró cada rincón de las marismas en su velero volador.
Laris vivió su juventud con toda la libertad que pueden proporcionar unas alas, y se casó. Cuando sus padres ya eran muy ancianos, y ella había tenido varios hijos, partieron todos juntos hasta los confines del filo del mar. Tras unas horas volando y volando, cruzaron el vacío hasta llegar a Mileterris, de donde nosotros vinimos. Chantea construyó un puente en el mar para unir Mileterris con el continente, como favor a Laris tras tantos años de empeño en el mar.
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