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 Historias de los personajes de la 4º Crónica

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Kereyi
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Kereyi
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MensajeTema: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeMar Mar 08, 2011 9:40 pm

Athkaniarr:


Dos grandes figuras luchan en las ruinas de una casa en llamas en medio de una llanura, en una noche lluviosa en la que los truenos no paraban de sonar. Una de ellas, con una gran túnica violeta y un bastón de dos metros de largo acabado en una figura de un león de dos cabezas; la otra, con una espada enorme y con una armadura imponentemente puntiaguda. A varios metros de la escena del combate, fuera de la casa, un niño de diez años, con el cuerpo ensangrentado de su madre en sus brazos, contempla la dura lucha de su padre contra el guerrero de la runa roja sobre su armadura oscura. Tras largos minutos, su padre, pese a la fuerte resistencia, se desploma en el suelo de la casa, cada vez más consumida por las llamas. El guerrero vencedor, tambaleante, se gira hacia el niño por unos instantes, para continuar después en sentido contrario.

Cuando la figura del guerrero desaparece del horizonte, el paralizado muchacho reacciona y corre al encuentro de su padre agonizante.

- Padre, os…
- Hijo mío, escucha, no me queda mucho. Ten esto.

El padre le muestra una especie de rollo de pergamino, de tan solo diez centímetros de alto.

- Toma esto, esto es todo lo que me queda aparte de ti, cuando estés preparado, lograrás abrirlo. Esto es mi legado. Ahora te corresponde a ti proseguirlo. Esvelnanztar’as esbarkas antheros.

Con estas últimas palabras incomprensibles de su padre, el niño coge el pergamino, ignorando demasiadas cosas.

*******************************************************************************************

Dos personas angustiadas observan a una pareja de adolescentes corretear por las calles desde un palacio.

- ¡Esto es inconcebible! ¡Inconcebible! Que nuestra queridísima hija sea amiga de un soldado. ¡Habrase visto semejante situación!
- Bueno, pichoncito mío, en realidad no es un soldado, sino un aprendiz de la ``división no armada´´ de la ciudad…
- Y qué más da, soldados al fin y al cabo.
- Es cierto que sus amigos podían ser otros más acordes a su posición, pero nosotros no podemos elegir las amistades de Eliden, cariño.

En dicha calle:

- Eliden, ven conmigo, quiero enseñarte algo, el objeto más preciado que tengo.
- Eres un puto guarro…
- Jajaja, no, en serio, estoy hablando en serio. Ven, lo guardo en la casa del capitán.
Los dos jóvenes caminan hasta la casa, y allí, Athkanirr abre una especie de compuerta en una pared de la casa de madera, de donde extrae un pergamino viejo y roto por los bordes. Luego de observarlo con nostalgia, se lo pasa a la chica.
- Vaya, me esperaba otra cosa cuando me dijiste algo preciado. No sé, que brillara por lo menos…
La chica lo desenvuelve, y se encuentra con frases, algunas de ellas en un idioma incomprensible, dibujos y runas como decoración en los bordes. Tras observarlo un rato, dice:
- 42. La respuesta es 42.
- ¿Qué dices? ¿La respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás?
- No, a la pregunta del pergamino.
- A ver… ¿42?

FFFFFRRRRAAAASSSSSHH!!!

Un rayo rojo gigantesco sale desde la ciudad hasta el cielo, y durante diez segundos ilumina la ciudad entera.

En la base del rayo, en mitad de la circunferencia que forma, un chico con un pergamino en la mano, observa fijamente al padre que creía difunto, pero éste no le mira.

- Hijo, si estás viéndome, es que por fin lograste descifrar el primer acertijo y estás preparado para lo que te sobreviene. El siguiente paso que has de recorrer es ir hacia el 4º continente. Allí tendrás que encontrar la Llave. Te permitirá acceder al segundo pergamino, y con éste, al segundo acertijo. Completa la tarea que tu padre, ya que estás leyendo esto, no ha podido completar. Cuídate de los llamados Caballeros Arcanos, sin duda no tardarán en llegar cuando conozcan lo que está teniendo lugar. Esvelnanztar’as esbarkas antheros.
- ¡¡Athkanirr!! –dice Eliden después de que el rayo se consumiera y la figura del padre del joven se desvaneciera como el polvo- ¡¿¿quién era ese??! ¡¿Qué está pasando?!
- Debo, irme… tengo que salir de aquí… la Llave…
Athkanirr, todavía mareado, intenta llegar hasta la puerta, pero Eliden le corta el paso cogiéndolo de un brazo.
- Espera, no te vayas sin mí!

*********************************************************************************************

Una caravana de carruajes majestuosos, tirados por dos grandes corceles negros se paran ante una mansión con una gran entrada de arcos compuestos por mármol blanco. Tras unos pocos segundos, un hombre, vestido con un esmoquin, de blanco inmaculado, con un sombrero también blanco con una cinta negra que lo rodea se baja de uno de los carruajes mientras se abrocha la chaqueta. Se acerca a los dos guardias que custodian la puerta de la mansión lentamente, portando un bastón negro acabado en una bola blanca de nácar.

- Saludos, –dice el hombre con despreocupación y desdén a los guardias, pasando de largo- espero no haber llegado tarde.
- Esperad un segundo, milord, tengo que comprobar si está en la lista… Cuál es vuestro nombre.
- Mi nombre es… Lord Karambolus, hijo de Sortez y de Fortunias.
Tras unos instantes en el que el guardia revisa varias veces de arriba abajo la lista, vuelve la mirada hacia el peripuesto hombre, que espera con una expresión de fingida sorpresa.
- Lamento deciros que no está en la lista, Lord Karambolus, y no podemos dejarle pasar.
- Oh, no veáis como lamento oír eso, pero… no depende de vos esa decisión.

Cuando los guardias se disponían a hablar, el joven y supuesto Lord Karambolus extiende su bastón hacia el espacio entre los dos guardias, apuntando hacia la puerta. Los guardias se acercan a mirar a la puerta en dirección a donde señala el bastón, pero en ese momento, se abren dos orificios en la bola de nácar, de donde sale un denso humo amarillo, mientras el Lord se cubre con un pañuelo.

- No hagáis mucho ruido al caer, si no os es mucha molestia.

Tan pronto acaba esta frase, ocho hombres salen de varios carruajes, vestidos cada uno con un traje negro. Acompañados por éstos, dos hombres más con una armadura igual a la que tenían los dos guardias se ponen en su lugar, y dos de los hombres trajeados se llevan a los desplomados guardias a un callejón cercano. Una vez hecho esto, los nueve entran en la mansión.
A medida que entran, una música calmada y suave suena por el pasillo principal, en el cual al fondo una gran puerta de madera maciza se levanta a varios metros de sus cabezas.
- ¿Están preparados, señores?
- Cuando quiera, joven líder.

Lord Karambolus procede entonces a abrir la puerta, encontrándose ante él una habitación de proporciones desorbitadas, en la cual más de cien personas con trajes y vestidos bellísimos bailan y charlan entre sí. Con soltura, los hombres se deslizan a través de la gente, llegando al final de la sala en pocos segundos. Mientras, los guardias palatinos de la sala se comunican entre sí, hasta que uno de ellos da la voz de alarma. En la sala cunde el pánico y muchos nobles y señoritos salen a zancadas de allí. Otros, se quedan para poder prestar ayuda a los guardias o curiosear escondidos tras columnas o debajo de las mesas. De repente un silencio sepulcral reina en la sala, y tan solo se oyen pequeños murmullos de gente o los pasos metálicos de los guardias.

Para entonces, Lord Karambolus ya había llegado al trono donde un rey miraba con aire de asombro a Karambolus. Tras quitarse el sombrero y hacer una ligera reverencia al rey, dice:

- Parad a vuestros guardias, mi intención es tan solo hablar con tan insigne persona, y además informaros sobre una situación que supongo os interesará.
- Por qué debería mandar detener a mis guardias, habiendo vos entrado en mi propiedad sin, por lo que parece, estar invitado?
- Ya os lo he dicho, tan solo quiero hablar. Además y como podéis observar, he traído a varios hombres conmigo. Vuestras defensas exteriores, así como los hombres en los tejados y en la verja de entrada han sido convenientemente capturados. No estáis en posición, pero siempre podéis intentarlo.
- … Si solo habéis venido para hablar -dice, mientras con un gesto de su mano, ordena a la guardia palatina detenerse-, hablad.
- Sabia decisión. Veréis, el tema a tratar es el siguiente: vos tenéis algo que es muy preciado para mí y yo tengo algo que, por mi bien, es preciado para vos. Y es que si no me han informado mal, vos tenéis la Llave- se acerca al trono para hablar más de cerca-. La Llave que abrirá una puerta en una isla central en el lago Demenias.
- No sé de qué me habláis.
- ¿Quizá deba repetiros la pregunta?
- Os estoy diciendo la verdad, no conozco nada sobre lo que me habláis.

El joven vuelve su mirada a uno de sus hombres, el más cercano, y éste niega levemente con la cabeza. Ante esto, Karambolus baja los pequeños escalones que suben hasta el trono y se frota los ojos durante algunos segundos.

- Si es verdad lo que decís, no veo la necesidad de comentaros que tengo a vuestra hija menor como rehén.
- ¿Qué?!! ¿Qué demonios estáis diciendo??!

Los pequeños murmullos de la sala se acrecientan entre los allí presentes.

- Tranquilo, ya que vos no tenéis la Llave no tendréis nada que temer… Porque… no la tenéis, ¿verdad?
- ¡¡Os juro por mi hija que no la tengo!!
- No me puedo creer que la vida de vuestra hija valga menos que una llave…
- No, por favor… yo no la tengo, pero puedo deciros dónde está.
- Oh, eso ya es un progr…
- No, no puede, joven líder –exclama el mismo hombre que fue interpelado antes- he visto que está mintiendo.
- Me sorprende que me mintáis en esta posición, es bastante arriesgado.
- Por favor, devolvedme a mi hija, yo no tengo lo que buscáis.
- Lo pensaré. Siento las molestias.

Tras esto salen de la mansión y se suben a los carruajes, saliendo de allí rápidamente y dividiéndose por caminos diferentes.


En una casa a las afueras, en una ciudad cercana:

- Mi señor, las fuentes eran fiables.
- ¿Fiables? ¿A eso consideras fuentes fiables?
- Lo siento, pero…
- No hay excusas, Sigmund.
- ¿Qué haremos con la princesa?
- Borrarle la memoria y soltarla, no nos sirve de nada en estos momentos. Yo mismo me ocuparé.

En ese momento entra una mujer de metro setenta, morena de pelo rizo y grata figura, a la vez que el hombre llamado Sigmund se retira.

- Parece que te equivocaste en lo único que pensaste que no podías estar equivocado; el objetivo, ¿verdad? Jajaja, llevas cuatro años buscando esa llave, y no te das por vencido, ¿verdad, Athkaniarr?
- ¿Has venido a tocarme los huevos, Eliden?
- Entre otras cosas.
- Maldita sea, si mis deducciones son ciertas, ``el gobernante del desierto de los árboles plateados, los que no dan dátiles ni albaricoques´´ tendría que ser el de esta ciudad.
- Bueno, eso en realidad no tiene mucho sentido… en un desierto como van a crecer árboles… mucho menos plateados…
- ¡Claro! –dice Athkanirr con los ojos como platos- si le quitamos la paradoja, ``árboles´´ y ``desierto´´, palabras que empiezan con a y d, igual que albaricoques y dátiles… lo que quiere decir que es el gobernante de los grises… plateados? No es así como les llaman a los habitantes de ese reino central que solo adoran a Tiamat?
- Dios, que estupidez de acertijo, no tiene siquiera sentido… (<-- disculpa de un servidor al que no se le ocurrió nada mejor)
- Bueno, ese no es el caso, lo importante es q…

Un guerrero de dimensiones parecidas a las de un armario ropero con dos mitones del tamaño de cabezas humanas destroza por completo la ventana del piso superior de la casa en la que se hallaban, entrando como un relámpago y aterrizando sobre la mesa. De un solo golpe con el codo derriba a la mujer, y tras esto se lanza directamente sobre Athkanirr. Tras un pequeño combate, Athkanirr le propina un puñetazo en el estómago que lo lanza contra la pared de la pequeña habitación, y empujando la mesa con una pierna lo aprisiona de cuerpo y brazos contra dicha pared. Se fija en su amiga inconsciente el suelo. Durante unos segundos mira al guerrero fijamente, con una aterradora mirada. Lanza un grito y realiza un salto apoyando su pie en la mesa, su cabeza casi roza el techo y entonces, en pleno descenso prepara una patada que finaliza el combate.

No tarda en oír los demás combates que se celebran en la casa, para luego oír claramente pasos que se acercan a la habitación. Piensa en huir, pero no puede dejar sola a Eliden, así que la coge y la mete en un compartimento del techo, donde guardan oro y plata, y espera a que lleguen. Tan pronto entran, sube los brazos.

- Tranquilos, me rindo y no llevo armas, aunque eso no suele ser un problema.

Los dos hombres lo cogen y lo apresan con cuerdas de pluma mágica y lo llevan arrastrando por las escaleras hasta el piso inferior, donde ve a sus hombres, la mitad de ellos siendo ejecutados, y la otra mitad ya pasaron por el proceso. Había unos 25 mercenarios en la casa. En pocos segundos, se le acerca un hombre con una armadura oscura y con una runa de color fucsia. La reconoce rápidamente.

- ¿Pero no eres tú el chico que tantos tormentos le da al maestro? ¿Tan poca cosa? En fin, es una lástima que no podamos matarte, ya que el cabrón de tu padre le maldijo atando el destino de su alma con la de la tuya… pero sí que me encargaré de que no vuelvas a molestar jamás… Jean, ven aquí.

Un sheikán con unas gafas enormes se acerca y puede notar como entra en su mente e intenta borrarle la memoria. Enfoca todos sus esfuerzos en combatirlo, hasta el punto de caer inconsciente.

El joven se levanta en un camino lleno de matorrales en un claro de bosque, rápidamente intenta hacer memoria y recuerda el ataque mental del sheikán, junto con sus demás recuerdos. Esboza una sonrisa al haber resistido que el borrarán la memoria, junto con una gran carcajada. Sin embargo, pronto desaparece su buen humor al recordar que acaba de perder a todos sus fieles hombres y de haber perdido a Eliden, además de por supuesto, no tener ni zorra idea de donde se encuentra. Decide tomar el camino por donde crece menos hierba, por ninguna razón en especial.

Ha perdido todo, su grupo, su amiga de la infancia, su dinero y su casa, por perder hasta ha perdido la noción del tiempo y del espacio. Pero hay dos cosas que aún posee, sus recuerdos, y lo más preciado que él tiene, el legado de su padre.



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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeJue Mar 17, 2011 1:14 am

Oberon:

El viaje había sido largo, había tenido que atravesar muchas dificultades hasta llegar aquí. No podía imaginar que en este poblado tan... normal, podría encontrar las claves para poder derrotar a nuestro enemigo. Después de todo lo que había pasado, pensar que todo podía acabar de manera satisfactoria era casi como un milagro.

El invierno estaba siendo especialmente duro. Tenía miedo de no conseguir mi propósito al venir aquí, que todo fuese en vano, pero al acercarme al poblado, al ver que era real, que existía en verdad, me hacía sentir esperanzado. Era un poblado antiguo, amurallado. A pesar de los años que hacía que fueron alzados los muros, se veían resistentes. No había guardias en la puerta, se veía salir humo de varios hogares. El camino llegaba hasta unos portones, abiertos al máximo. El tiempo parece que no había hecho mella en ellos, aguantaban firmemente pese a su gran tamaño. A la derecha, había un cartel, bastante nevado, pero en el que se distinguía perfectamente lo que estaba escrito:

BIENVENIDOS A LA CIUDAD DE RAMUSTERTEK

Supongo que en una época pasada esto podría haber sido una ciudad, ahora... no parecía gran cosa. No había apenas gente por la calle, y algunos edificios parecían abandonados, pero la ciudad estaba limpia, se notaba actividad. Me acerqué a la primera persona que vi, preguntándole por una posada para poder comer y entrar en calor. Me respondió amablemente, pero su acento me llamó la atención. Hablaba en el idioma antiguo, hacía siglos que ya nadie hablaba así. Por suerte, sabía perfectamente expresarme y comprender todo lo que me dijo.

Me acerqué a la posada y entré. Era acogedora, y lo mejor de todo, hacía calor dentro. Había bastantes personas dentro, que me miraron al entrar, pero no vi caras de sorpresa, no debía ser raro que algún transeúnte pasara por aquí alguna vez. Me acerqué al posadero, y le pedí una habitación, y algo de carne que tenía al fuego. Fui a dejar las cosas a la habitación que me dijo, mientras preparaba una mesa para que pudiera comer. La habitación tenía dos camas, todas eran igual, y en la parte inferior de cada cama, había un baúl con su llave para que los clientes dejasen sus objetos personales. Me estiré un poco en la cama y pensé en lo que me había traído aquí.

Mi nombre es Oberon, y soy un caballero oscuro. Mi origen es el de casi todos, una familia de campesinos explotados. Por suerte mi don me permitió salir de esa vida y comenzar mis estudios como caballero. Mis habilidades muchas veces son mal vistas por la mala fama que les dieron algunos de mis compañeros, o simplemente no se tienen en cuenta. Mis enemigos me confunden fácilmente con una presa fácil, pero nada más lejos de la realidad. Quizás no sea tan fuerte como ellos, ni tan hábil con la espada, ni tan poderoso como un hechicero con mi magia, pero sé cosas. Sé muchas cosas, y vivimos en un mundo en el que el conocimiento es poder. Sé multitud de idiomas. Sé millones de historias antiguas que me ayudan a derrotar a mis enemigos, a resolver acertijos, a librarme de trampas, a usar artefactos mágicos que nadie más podría. Y sobre todo, sé que hay muchas formas de ganar una pelea sin ni siquiera empezarla.

Los actuales caballeros de las sombras somos fuente de rumores y la mayoría, mal vistos por la gente, ya que solemos atraer los problemas por nuestro estilo de vida, tan lleno de "misterio". Antes éramos respetados e incluso alabados.

Y justo por eso estaba aquí, en Ramustertek. Según lo que habíamos descubierto aquí nació y pasó gran parte de su vida Llewelan, uno de los mayores héroes que jamás hayan existido, y probablemente el caballero de las sombras con más recursos y conocimientos de todos. Sus poderes, su magia, eran algo que los caballeros de ahora no podemos ni imaginar. En nuestros viajes, nos enteramos de que, un poderoso archimago, del clan de los Karanoks, una horrible familia que llevaba tiranizando durante milenios la ciudad de Lutcheq y toda esa zona, había conseguido un poderoso artefacto, una joya de gran poder, llamada la lágrima de sangre. La historia cuenta que esa joya está vinculada con los dioses mismos, y que cualquier mortal que la poseyera podía llegar a convertirse él mismo en un dios. Conociendo a esa familia, conociéndole a él, era algo que no podíamos dejar que ocurriese, teníamos que impedirlo a toda costa. ¿Por qué nosotros? Básicamente porque nadie más nos habría creído. Hay gente mucho más poderosa para poder hacer frente a este mago (al que nosotros llamamos Xeanorth, ya que todos los grandes magos saben cuando alguien pronuncia su nombre, y no nos atrevemos a nombrarlo porque podría fácilmente acabar con nosotros), pero no nos hubieran hecho caso. Al fin y al cabo, ¿quién podría creernos? Llevamos tiempo intentando hacer lo posible por detenerle, desde que nos enteramos de su plan. No pudimos evitar que consiguiera la lágrima, no hemos podido evitar que sepa cómo utilizarla. Pero intentaremos evitar a toda costa que pueda cumplir su propósito. En nuestros viajes descubrimos que Llewelan consiguió derrotar a un nigromante que arrasó medio mundo con su ejército de muertos vivientes sólo para desviar la atención de su verdadero propósito, convertirse él en un dios. Nadie sabe como lo hizo, en teoría no podría ser rival para el poder de un archimago, los caballeros de las sombras no somos tan poderosos con la magia como ellos, supongo que ni siquiera Llewelan. Pero, si existía la manera, si quedaba constancia de como lo hizo, tenía que estar aquí, en esta ciudad. Gracias a una visión, descubrí que esta fue la última ciudad en la que se le vio, que fue la ciudad en donde pasó la mayor parte de su vida, que fue la ciudad donde nació. Esta ciudad tiene que tener la respuesta, o estaremos perdidos. De nada servirá que mis compañeros tengan éxito en sus respectivas búsquedas de posibles alianzas para detener a Xeanorth si no sabemos cómo pararle...

Bajé a la taberna, una vez me cambié de ropa, decidido a conseguir información después de comer algo. Tuve que amenizar mi estancia con varias historias para los presentes, ya que parece que no habían oído ninguna desde hace tiempo. Me sorprendió la acogida que tuvieron, y la expresión de la gente al oírme contarlas. Me tuvieron ocupado buena parte de la tarde en la posada, cada vez venía más gente a oírme, parecía que iban a avisar a todo el pueblo, y yo tenía que aprovechar para poder conseguir la mayor información posible. Las copas de vino no pararon, así como diversas peticiones de historias, de las que sólo me conocía un par, bastante antiguas, por cierto.


Se me acercó un hombre, con aspecto cuidado, y se presentó como Zack, el alcalde del pueblo. Estuvo un rato haciéndome preguntas sobre las cosas que pasaban por el mundo y acabó invitándome a cenar un día que pudiera, me pareció bastante amable. Le agradecí el gesto amablemente y le dije que iría si mis ocupaciones me lo permitían. Decidí salir a dar una vuelta por la ciudad, dispuesto a ir a la biblioteca a ver si encontraba algo de información. Pagué una ronda para los aldeanos presentes en ese momento, y cuando me dio la vuelta, la posadera, una chica rubia y joven -supuse que la hija del posadero- deslizó una nota en mi mano mientras me miraba con cara de preocupación, lo que me hizo pensar que era mejor ocultarla y leerla más tarde.

Siguiendo unas indicaciones, me acerqué a la biblioteca mientras sacaba la nota que me había dado la posadera. En ella, escrito rápidamente y con lo que parecía una caligrafía temblorosa, ponía: "Ten cuidado en esta ciudad olvidada por los dioses, ármate de valor por las noches, pero no desesperes, ten fe y recuérdame, y conseguirás alcanzar tu búsqueda. Esta noche obtendrás algunas respuestas"

Como firma, había una M.

Sorprendido, la guardé con cuidado. ¿Cómo sabía esa chica que venía buscando algo? Tenía que hablar con ella. Proseguí mi camino hacia la biblioteca. Por el camino, paró un guardia a hablar conmigo y me dijo que por si no lo sabía, había toque de queda, estaba prohibido salir por la noche por la ciudad y apresarían a cualquiera que encontraran. De acuerdo, le dije, no hay ningún problema. Entré en la biblioteca, un edificio bastante más grande que los que había visto en el resto de la ciudad, parecía muy antiguo. Era muy luminosa, y pese a la antigüedad, todo se conservaba en bastante buen estado. Me acerqué a mirar una estantería, y parecían ser libros infantiles lo que había ahí. Se me acercó un hombre maduro, debería estar rondando los 50 años, se presentó como Anakor, el bibliotecario, y me pregunto si necesitaba su ayuda. Le pregunté acerca de Llewelan, pero no conocía nada de él. Le conté varias de sus hazañas, pero no me pudo ayudar tampoco. Le pregunté acerca de la lágrima de sangre, y no le sonaba tampoco de nada. Después de muchas preguntas, y de buscar por la biblioteca, no saqué nada en claro. Al verme preocupado, me dijo que me pasara mañana a primera hora, que me dejaría ver el registro con todos los libros que había, a ver si encontraba algo, que ya se acercaba la hora de cerrar. Se lo agradecí, ya que no contaba con ninguna pista, y deseaba encontrar algo aquí.

Estaba anocheciendo al salir, así que me encaminé hacia la posada. Tuve que taparme bien, porque empezó a hacer mucho frío, y volví por otro camino, intentando conocer más sobre el pueblo. Vi una casa enorme, alejada del resto, que me indicaron que era la casa de Zack, el alcalde. El resto del pueblo no tenía mucho interés. Casas antiguas, típicos comercios, ya casi todo cerrado a estas horas. En la plaza principal del pueblo había un templo. No era demasiado grande, pero destacaba en comparación con el resto de casas. En frente suyo, estaba el ayuntamiento. Un guardia se me acercó de mala gana, diciéndome que debía ir a la posada, que no se permitía a nadie estar vagando por la ciudad por la noche. Así que aceleré mi paso hasta la posada. Estaba vacía, sólo estaba el posadero limpiando unas mesas. Le saludé y le pedí algo de cenar, pero le dije que podía subírmelo a mi cuarto si estaba recogiendo ya mientras le solté varias monedas de oro. Subí a mi cuarto y me relajé. Había pasado un día y no había conseguido nada. Tenía que encontrar algo y cuanto antes mejor, no sabía de cuánto tiempo disponía.

Al cabo de un rato, llamaron a la puerta y era la el posadero con la cena. La acomodó en una mesilla y me dijo que podía dejar los platos fuera de la habitación, que ya los recogería más tarde. Empecé a cenar, y oí como llamaban de nuevo a la puerta. Abrí, y era la chica que me había dado la nota, la hija del posadero. Ahora me fijé mejor en ella. Tenía una larga melena, bien peinada y cuidada, y el reflejo de la luz le hacía parecer el pelo dorado. Era bastante atractiva, no me había fijado antes bien. Tenía unos ojos verdes preciosos, y una mirada muy penetrante y a la vez, bastante curiosa. Ella parecía bastante joven, pero sus ojos, parecía que te miraran y te desnudaran, parecía que habían visto muchas cosas, que podían ver a través de ti. Podría tirarme horas enteras mirando esos ojos, nunca había visto nada igual. No era demasiado alta, de complexión delgada. Me habló (¡Qué voz! Era como música para mis oídos, era una voz increíble, tierna, elegante, armoniosa...) y me preguntó si podía pasar. Claro, contesté y cerré la puerta cuando pasó. Se movía grácilmente, no hacía apenas ruido, y cuando pasó a mi lado me llegó un aroma increíble. No había visto nada igual, ni oído una voz como esa, ni olido una fragancia como la que ella despedía nunca. Y he estado con muchas mujeres, pero esta chica era especial en todo. Habló de nuevo:

-Sé que te preguntarás muchas cosas, pero no puedo ayudarte en eso, debes hacer esto tú sólo.- Su voz me tenía encandilado, no podía reaccionar bien, estaba bastante abrumado por su presencia.

-¿Qué debo hacer? ¿Qué peligro hay aquí? ¿Qué sabes tú de mí y de mi misión?- Logré decir tartamudeando. Mi fuerte, siempre ha sido la labia, mi rápida lengua, el saber que decir y como, en el momento indicado, pero ahora estaba aturdido, no lograba encontrar las palabras.

-Te conozco muy bien, Oberon, más de lo que podrías imaginar. Y sé por qué estás aquí.

Su respuesta me cogió por sorpresa, no entendía como podía saberlo. Justo en ese momento, se oía el reloj del ayuntamiento dar las doce. Dong! Dong!

-No queda tiempo, sólo quiero que tengas esto- Me dijo, poniendo un colgante en mis manos. Fuera sonaban las campanas... Dong! Dong!... y lo que parecían ¿aullidos? La luz crepitaba y parecía a punto de apagarse, se oía el viento soplar con una fuerza inhumana.

-Ten cuidado, Oberon, no podré ayudarte más. Ahora, duerme, y acuérdate de mí. Recuérdame.- Se inclinó y cogiendo mi cara con las dos manos, me besó en los labios. Y casi al instante empezaron a cerrárseme los ojos. Un sueño profundo e inevitable se apoderaba de mí mientras caía hacia atrás en la cama y veía a la joven mirándome, podría decir que con amor. Dong! Dong!

-¿Cómo te llamas?- Logré preguntar mientras caía presa del sueño. Dong! Dong!

Algo me respondió, pero no conseguí oírlo. El ruido en la calle era tremendo, la puerta parecía que iba a salirse de sus goznes. La ventana empezó a moverse también con fuerza y algo la golpeó. Algo parecido a... una garra? No veía bien, no podía mantener más mis ojos abiertos. Todo se volvío oscuro... Dong! Do...

Me desperté después de un plácido sueño. No recordaba haber descansado tan bien en mucho tiempo. Tenía en mi mano un colgante, el que me dio la joven la noche anterior. Recordé todo lo que pasó, y lo raro que había sido. Me levante, y la puerta estaba bien, la ventana también, no parecían haber sido forzadas. Miré el medallón, era de plata y muy, muy antiguo. Tenía forma ovalada con un cierre en un lado. Había una inscripción, en la que ponía: Greywind. Lo abrí, y en cada lado había un dibujo de una persona. En un lado, parecía un dibujo de un hombre, al parecer rubio, pero no se podía ver bien, el tiempo había hecho que el dibujo se estropeara. Debajo, había unas letras: Ll. G. El otro dibujo, era de una mujer, rubia también. Este estaba bastante bien conservado, y reconocería esa cara, y sobre todo, esos ojos en cualquier lado, era la misma joven de ayer. Debajo, otras iniciales: M. G. ¿Qué querría decirme con esto? ¿Para qué me lo dio? La G debía ser de Greywind, serían familia seguramente las dos personas de los dibujos. Las iniciales... M. podría ser cualquier nombre, ¿pero Ll.? ¿Podría ser Llewelan? Me emocioné sólo de pensar la posibilidad. Si era él, al menos tenía su apellido, podría buscar en la biblioteca, o en el ayuntamiento cualquier dato sobre esa familia, sobre los Greywind. Bajé rápidamente al comedor. Mis platos habían sido recogidos, no había nada raro en el pasillo. Todo me parecía muy raro. Cuando bajé, estaba el posadero limpiando unas jarras, y me saludó como si nada.

-¿Qué pasó ayer? Oí mucho ruido por aquí, alguien intentó entrar en mi cuarto. Oía ruidos por la ciudad, parecidos a aullidos- le pregunté rápidamente.

El posadero me miró sorprendido, como si yo estuviese alucinando.

-Creo que ha tenido una pesadilla, señor, la noche ha sido muy tranquila, ni un sólo ruido. Mi señora además se despierta al mínimo sonido, si hubiese pasado eso que cuenta, le aseguro que lo habríamos oído.

-Le aseguro que no lo soñé, que no fue una pesadilla. Estaban dando las doce y todo se volvió muy raro... Un viento huracanado, aullidos, la puerta, no me estoy inventando nada.- Le contesté enfadado.

-Me parece que bebió usted mucho vino, señor. Déjeme prepararle algo para la resaca.

Esto no me lo podía haber imaginado, tuvo que ser cierto. Toqué el medallón que tenía en el bolsillo, y estaba ahí, todo eso pasó, pero... ¿cómo no se pudo enterar el posadero?

-Por cierto, he de decirle que tiene una hija de una belleza increíble.

-Hija? No tengo ninguna hija, señor, al menos que yo sepa, jajajaja. Tuve un hijo, pero quiso unirse al ejército y murió en la guerra.

-Pero, ayer le pagué a una joven bastante atractiva antes de salir por la ciudad, ¿Quién era entonces?

-Definitivamente, creo que bebió usted más de la cuenta. Mi esposa fue quien le cobró, y le aseguro, que la belleza... no es algo por lo que destaque. Es que ni cuando era joven, jajaja.

Le di las gracias y salí de la posada, encaminándome a la biblioteca. Entonces, ¿quién era esa chica? ¿Estaba viendo visiones? Si era la misma chica del medallón, debía tener más de quinientos años, ¿sería un fantasma o algo parecido? ¿Por qué me conocía, por qué sólo yo la había visto? Estuve pensando en todas las posibilidades, y no podía sacar nada en claro. Llegué a la biblioteca, y Anakor, me estaba esperando. Me enseñó el registro, y buscamos cualquier posible entrada sobre Llewelan, la lágrima de sangre,
sobre su pelea con el nigromante, sobre cualquier dato que podía tener de él. Anakor me decía que era imposible lo que decía, que si esa persona, Llewelan, había nacido, había vivido aquí, si había sido un héroe, tendría que saberse y él no lo conocía de nada. No había registro alguno sobre él. Busqué por la familia Greywind, y eso sí le sonaba. En el registro, había varios libros sobre esa familia, pero, había una entrada que decía que todo lo referente a los Greywind, había sido requisado por el alcalde. No había fecha apuntada ni ningún otro dato. Me despedí de Anakor y le agradecí su ayuda. El alcalde... él tenía que saber más de lo que en un principio me había dicho Bueno, quizá era hora de aceptar esa invitación para cenar. Me acerqué a casa, y hablé con un mayordomo. Le dije que si no había inconveniente, que me pasaría a cenar esta misma noche. Me hizo esperar en una salita en la entrada, y al cabo de un rato, bajó con el alcalde. Zack me saludó efusivamente, me dijo que no había problema, y que era un honor para él que alguien como yo fuese a su casa, que sería una cena que no olvidaría. Así que acordé con él una hora y me marché. Esa última frase, y la forma en que la dijo, con una sonrisa que daba más miedo que otra cosa, me preocupaba bastante, tenía que estar preparado para cualquier cosa; cada vez me fiaba menos de Zack.

Decidí pasar el resto del día preparando mis pertenencias. No podía estar seguro de nada, en principio parecía una persona amable, pero ya empezaba a dudar cosa, me preocupaba bastante, tenía que estar preparado para cualquier cosa, cada vez me fiaba menos de este Zack. Decidí pasar el resto del día preparando mis cosas, mis hechizos, mis pergaminos, mis pociones, mis partituras. No podía estar seguro de nada, en principio parecía una persona amable, pero ya empezaba a dudar, y en esta ciudad pasaban cosas bastante raras. Me puse mis mejores atuendos, me arreglé, ya que uno tiene que causar buena impresión siempre, cogí mis objetos mágicos, los que siempre uso cuando me aventuro, y que tantas veces han salvado mi vida y los guardé en mi cinturón (es otro objeto mágico que me dieron cuando entré en la academia). Salí hacia su casa con tiempo de sobra para llegar, no quería hacer esperar a mi anfitrión. Me recibió el mismo mayordomo, y me hizo pasar a un gran salón. Zack estaba esperándome, junto a su mujer y dos de sus hijos. Todo parecía normal, una familia normal, nada que me hiciera sospechar. La cena transcurrió sin ningún percance. Me preguntaron por mis viajes y tuvimos una charla agradable, distendida. Al cabo de un rato, su mujer e hijos se despidieron de nosotros. Zack me llevó a su estudio, me dijo que tomásemos una copa allí, que aún era pronto, y yo acepté, claro, tenía que descubrir algo sobre todo esto. Lo tenía cerrado con llave, y me dijo que era su sitio de relax en toda la casa, que aquí se encerraba para que no le molestase nadie cuando tenía que trabajar o cuando simplemente quería tranquilidad, que aquí tenía todo lo que le importaba. Estuvimos hablando en su despacho mientras yo intentaba buscar algo que me llamara la atención. Había cuadros de la familia, su escudo de armas, una pintura de su casa, adornos, trofeos, etc. Nada que llamase mi atención, excepto una pequeña librería en el fondo. Me estuvo contando muchas cosas sobre la ciudad, realmente nada interesante, pero está claro que a él le apasionaba hablar de ella. Se nos acabó la bebida y fue a por más, mientras me dijo que traería unas pipas para que probase el tabaco de la región. Encantado, le dije, cualquier cosa con tal de que se fuera un momento. Salió, y rápidamente fui a mirar la estantería mientras me tomé una poción que me protegía contra venenos (alcohol incluido, claro). Los libros eran muy antiguos y no se entendía lo que ponía en el lomo, así que tuve que ir sacándolos para ver qué eran. Ninguno parecía importante, hasta que, al sacar uno se cayeron unas notas que estaban en medio de dos de ellos. Cuando fui a recogerlas pude leer algo que ponía, un pequeño fragmento: "No puedo creerme que lo que he leído de Llewelan sea cierto, que en realidad él...". Las cogí rápidamente. El resto de notas parecían escritos por la misma letra. Lo más raro es que todo en esta ciudad estaba escrito en el idioma antiguo, esos escritos parecían actuales. Junté todas, que se habían esparcido por el suelo, y leí lo que parecía ser el final: "... el alcalde tiene que saber más de lo que parece. Por suerte, me ha invitado a cenar, tendré que hacerle una visita. Firmado: Samuel Winslow" Me metí las notas en mi camisa, rápidamente, y deje los libros como estaban. La poción sólo duraba unas horas, así que tenía que salir de allí sin tardanza. Oí que Zack venía, y me senté como si no hubiera pasado nada, sin levantar ninguna sospecha. Le dije que me tomaría una copa sólo, y que fumaría un poco de tabaco, pero que debía volver, que se hacía tarde, que ya sabía él que había toque de queda. Me dijo que podía ofrecerme una habitación para dormir, sí así lo quería. Que lo del toque de queda era por una ley muy antigua, para que no hubiese escándalo ni robos por la noche, y que como parecía que todo iba bien, nunca la habían quitado. ¿Realmente era Zack malvado? No lo parecía, no había pasado nada raro. Le dije que no quería abusar, y que iría a la posada, que ya se estaba haciendo tarde. Él me sirvió otra copa, me dijo que aún me daba tiempo, que debían ser las 10, que tomábamos la última y podía irme. No podía negarme si no quería levantar sospechas, así que me quedé, y empezó a contarme más historias de la ciudad. Yo quería irme, pero tampoco quería que notase algo raro en mí, así que bebí, rápidamente, pero sin parecer sospechoso. Aguanté su charla, y cuando acabé mi copa, dije que tenía que irme ya. Me ofreció de nuevo una habitación, pero volví a rechazar su oferta amablemente. Me despedí, y me fui, mientras me decía que otro día igual podía volver.



-Probablemente, otro día vendré a verle, Zack- le dije.- Buenas noches.

-Buenas noches, Oberon.- Me dijo con una sonrisa. Otra vez esa sonrisa, otra vez ese gesto que le hacía parecer amenazador.

Puede que fuesen imaginaciones mías simplemente, nada de lo que había pasado me hacía dudar de él en realidad. Había estado nevando, y la nieve cubría el suelo. Empezaba a hacer mucho frío de nuevo. Fui rápido hacia la posada. Al pasar por la plaza, vi la hora en el reloj del ayuntamiento. Las doce menos cinco. Mierda, no podía ser esa hora a menos que Zack me hubiera engañado en la hora. A las 12 empezaron a pasar cosas raras el día anterior. Corrí hacia la posada lo más rápido que pude. Y empezó a sonar el reloj.

Dong!

La ciudad estaba completamente a oscuras, y parecía que iba creciendo esa oscuridad. El viento empezaba a soplar con más fuerza.

Dong!

Aullidos, de nuevo. Ahora los oía perfectamente.

Dong!

Corro lo más rápido que puedo, pero aún quedaba bastante para llegar a la posada. Me parecía oír ruidos de algo que corría por las callejuelas de al lado, pero no podría precisar qué. Desde luego, no eran pisadas humanas, pero era algo que se movía bastante rápido.

Dong!

-Huye, Oberon, sal de la ciudad. Recuérdame.- Oí esa voz en mi cabeza, la voz de la joven.

Dong!

Algo ha pasado rápidamente de un lado a otro de la calle, una forma negra, una especie de sombra. Siguen los aullidos, cada vez más cercanos, el viento es casi insoportable.
Dong!

Algo se mueve por las cornisas de las casas que están delante de mí, son formas borrosas, como sombras negras que se mueven muy rápidamente. En la nieve, parece haber pisadas de garras, pero unas garras deformadas, enormes.

Dong! Dong!


Corro, lo más rápido que puedo. Hacia las puertas de la ciudad, pero aún quedan bastantes metros. Me parece ver sombras por todos lados, que contrastan con la nieve, creo que alguien me sigue, pero no puedo pararme a mirar.

Dong! Dong!

Veo la salida de la ciudad, está cerca. Noto un dolor en la espalda que me hace caer al suelo. El dolor es casi insoportable. Me levanto, y veo a unas criaturas horribles, negras, que me rodean. Son una especie de criaturas humanoides, de color negro azabache, con ojos rojos. Tienen unas garras enormes tanto en lo que parecen ser las manos como en los pies. Todas parecen iguales, no hay nada que las distinga a unas de otras. Se mueven muy rápido, alrededor de mí. No sé cuantas son, cinco o seis, pero no me queda otra opción que pelear contra ellas. Saco mi estoque mientras recibo otro garrazo por la espalda. Intento volverme para poder verlas a todas, pero son demasiadas para mí. El dolor de esas heridas es tremendo, no había sentido nada así. Sus garras son como cuchillas de afeitar, muy afiladas, sus cortes llegan hasta el hueso prácticamente. Ataco, como puedo a una de ellas, pero me esquiva fácilmente. Otro garrazo, en la pierna, me hace arrodillarme. Ataco de nuevo, esta vez he golpeado a una, pero no parece que haya sentido mi golpe. Me incorporo como puedo, lanzando estocadas a todo lo que se mueve delante de mí, pero no consigo dar a ninguna criatura. Se mueven muy rápido, los aullidos no paran, pero no son de estas criaturas. Estas no hacen ningún ruido, sólo el que provocan en la nieve al moverse. Me dan varios garrazos más en varias partes del cuerpo. Mi sangre cubre la nieve a mi alrededor. Haciendo acopio de fuerzas, me abalanzo con furia sobre una de las criaturas, y logro impactarle en la cabeza, haciéndola retroceder. Intento avanzar más, unos metros más pero me fallan las fuerzas. Un demonio de estos salta sobre mi espalda arañándome el pecho con sus garras. El dolor me hace soltar mi arma, y caigo, postrado de rodillas. Sale sangre de mi boca, no puedo aguantar más. Voy a morir.

-Recuérdame, Oberon. Di mi nombre.- La voz de la joven, otra vez en mi cabeza.

No puedo, no me lo sé. No puedo recordar algo que no me sé. De mi camisa desgarrada se caen las notas que había cogido de casa del alcalde, ensangrentadas. Noto como me fallan las fuerzas. Otro garrazo me impacta en la espalda y grito de dolor. Se me empieza a nublar la vista, pero consigo leer algo en esas notas: "...lo que he leído de Llewelan sea cierto, que en realidad él y Milil, fuesen hermanos.

¿El mejor caballero que nunca ha existido tenía una hermana de la que nadie sabe nada? No puede ser..."

¿Milil? ¿Puede ser ese tu nombre? No me quedan fuerzas para nada, esas bestias me están destrozando.

-Milil, te lo suplico, ayúdame...- Logro decir con mis últimas fuerzas.


De repente, una explosión de luz, me impide ver lo que pasa. Oigo a esas criaturas chillar, y alejarse. Alguien me ayuda a levantarme, la misma chica joven, ahora radiante. Su pelo, tan dorado, esos ojos. Es preciosa, sabía que tenía que ser especial, pero no sabía cuánto. Una luz rodea su cuerpo, e impide a esas criaturas acercarse.

-Sí, Oberon. Soy Milil. Debes salir de aquí, pronto te daré todas las respuestas, pero has de salir de aquí por tu propio pie. El tiempo se acaba.

Dicho esto, desaparece, y la luz que desprende se dirige a mi pecho, a mi corazón. Noto un dolor un momento, y luego una sensación de bienestar. Sigo malherido, pero parece que me queda algo de fuerzas. Cojo mi arma, cojo las notas, y me dirijo a la puerta. Algo en mi pecho irradia esa luz ahora. Las criaturas no pueden entrar en este radio. Camino, lentamente, hacia la puerta. Cada paso, es un mundo para mí, pero no puedo rendirme ahora. Logro salir, de la ciudad, y caigo poco después. No me quedan fuerzas para levantarme, pero me giro para mirar la ciudad. Las puertas se están cerrando solas, esas criaturas están quedándose atrapadas dentro. Acaban de cerrarse completamente, y dejo de oír los ruidos de la ciudad. No hay más aullidos, el viento aquí no es tan fuerte, y la temperatura, no es tan baja. Logro ver el cartel de la ciudad. La nieve ha tapado algunas letras del cartel, dejando un mensaje bastante terrorífico:

BIENVENIDO A LA MU ERTE

Caigo inconsciente, y al despertar, lo sé todo. Llewelan logro derrotar a ese nigromante gracias a sus conocimientos y a su música, que rivalizaba en poder con los hechizos de ese mago. Llewelan y Milil eran hermanos, y viajaron muchos años juntos, pero en esa pelea, Milil quedó herida de muerte. La única manera que tuvo Llewelan de salvarla, fue haciendo lo que ese nigromante quiso hacer, convirtiéndose en un dios. Así podría salvarla, podría tener el poder necesario para que no muriese. Pero le salió mal el ritual, y fue maldecido por los dioses por su osadía. Pero los dioses, se apiadaron de Milil, y a ella la ascendieron. Viviría, pero no como ella quería. Se ocuparía de lo que más le gustaba a su hermano, la música, las artes, el conocimiento, y lo que consideraba más importante, la magia. Llewelan murió allí pero consiguió salvar a su hermana al fin y al cabo.

Y así, con la ayuda de Mr. Andrew, lo que queda de la orden de caballeros leales a nuestra causa y un espíritu que nos apoya desde el más allá, nuestra historia comienza; y con ella nuestra cruzada, con el único propósito de sobrevivir en un mundo donde la debilidad significa la extinción.

--------------------------------------------

Aclaraciones:

-> Para que no salteis diciendo Ei! Dioses!, con eso es una forma de hablar. Lo que quiero decir con lo de la lágrima de sangre y mas tarde con Milil es que tienen mucho poder nada más (Y Álvaro, no, no voy a dejar que te quedes con la lágrima de sangre ¬¬).

-> Al principio cuando hablo de la infancia, asi de pasada en una frase ya os comentare en la partida o lo editare aqui, no se, ya ampliare algo.

-> Esto mas que nada para Andrés: si quieres podemos cambiar cosas, pero pequeños detalles, no me pase desde las 16:00 hasta ahora las 23:09 para que me hagas borrar la historia xD

-> Donde pone Mr. Andrew se sustituirá por el nombre de su personaje en el debido momento (mas que nada cuando sepa como se llama). Con lo de su ayuda se supone que os lo comentaremos en la partida, pero podria decirse que nos conocimos en una prueba o algo por el estilo y despues hicimos esto, no se, aun esta por matizar.


Última edición por Ones el Jue Mar 17, 2011 10:54 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeJue Mar 17, 2011 6:13 pm

Oh mierda, el viejo sabelotodo iba a serlo yo.
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeVie Mar 18, 2011 1:37 am


Remus Rosecraft-----------------------------Sergio. Arquimago- Humano.

Bueno , el mío no es tan largo como el de Mera(lol) pero bueno. He de probar una historia contada en first person.

Historia: Desde que era pequeño, Remus fue un pequeño bribón y un chico audaz. Él era hijo del alcalde de un pueblucho al oeste del continente, y su madre(era maga) tenía una aventura con un mozo campesino; así que, su infancia fue algo traumática. La relación con sus padres se iba deteriorándo año a año, pero tenía a sus amigos , que se dedicaban a hacer gamberradas a la gente del pueblo. Para lo que ellos era divertido para otros era molesto. La gente empezó a pillar manía a Remus por su actitud inmadura y a consecuencia, le empezaron a tratar mal. A los 19 años ya estaba harto, recogió sus cosas, les dejó una nota a sus padres donde decía:

“Madre, Padre. Este pueblo me aburre, se me queda pequeño. Además, no es que la gente me quiera mucho. Me voy a la gran ciudad para desahogarme un poco, ya sabéis, en burdeles y eso. Así que, con estas burdas palabras, me despido de vosotros, con un sentimiento de vacío en mi interior por no haberme criado como un niño normal.

Posdata: No creo que nos volvamos a ver ni a comunicarnos por ningún medio. Hasta nunca.”

Antes de irse de su casa, cogió todos los ahorros de sus padres y se largó sin más. Un gesto poco noble por su parte. Al llegar a la ciudad, se pagó una posada con los ahorros de sus padres, luego decidió dar un paseo por las calles de aquella urbe. Después de dar unas vueltas y curiosear en establecimientos de todo tipo, se dispuso a volver a la posada. Ya era de noche y casi no se veía nada. Cuando sólo le quedaba una manzana para llegar a la posada, vio en un callejón a dos hombres traficando, al acercarse estos se asustaron y huyeron, dejando algo de su mercancía por el camino.
Remus se preguntó si habrían sido sus dos pistolas que sostenía en aquel momento las que los habían asustado. Las llevaba por si acaso, pues esas calles no son muy seguras por la noche.

Al acercarse a ver lo que se habían dejado, observó que eran un tipo de polvo verde metido en una cajita de madera, la metió en su bolso y se fue. Al día siguiente indagó en la biblioteca de la ciudad sobre esos polvos, que dedujo que era una substancia ilegal. Se enteró de que era una droga reciente, llamada Boozie, que alguien la había introducido en la ciudad y que se vendía a buen precio. Después de enterarse un poco más sobre esto; se le ocurrió una idea brillante a la par de disparatada. Iba a venderla y a traficar con ella..
Pasó el tiempo y se fue ganando la reputación de traficante, con el apodo “doble R”, conocía a mucha gente; desde pobres drogodependientes hasta gente de bien, pero al fin y al cabo dogodependientes.
Entre una de esas personas se encontraba Yeil, un hombretón procedente de sur, que cambió el futuro de Remus. Cada vez que quedaban para intercambiar mercancías, a Remus le sorprendía el arco majestuoso que llebaba colgado a su espalda, y más tarde se enteró de que era un arquimago. A consecuencia de esto, Remus recordó que parte de la magia de su madre había pasado a su sangre, y que, él tenía algo de magia en su interior.

Con el tiempo se hicieron amigos y socios.Y Remus le propuso a Yeil si le podía instruír en el arte de aplicar la magia en las flechas. La maña con el arco de R. Rosecraft ayudó en el entrenamiento.

Era de noche, Remus y Yeil estaban en la taberna empinando el codo, celebrando la buena venta que habían hecho. Al salir de la taberna, unos hombres salieron de las sombras de la lúgrube noche y em pezaron a atacarles lanzando flechas, huyeron lo que pudieron, pues a Yeil le alcanzó una flecha en la garganta matándolo y cayendo su cuerpo al suelo. Remus sabía que ser traficante no era un trabajo muy seguro y agradable pero no pensaba que le costaría la vida de un amigo, no de un socio.
Rosecraft siguió corriendo cual gacela hasta que llegó a la posada recogió su ropa sus cosas, algo de Boozie que tenía a mano… y su dinero. Días antes había timado a la persona equivocada, a un alto miembro del gremio de Ladrones de aquella ciudad y lo había pagado caro ( todo tipo de personas puede caer en las drogas). No podía permanecer en aquella ciudad, había escapado por los pelos y lo tenían vigilado, tenía que irse.
Se fue como pudo de aquella maldita ciudad y se dirigió hacia el norte. Se asentó en una ciudad trabajando como cazarreconpensas después de vender toda la mercancía que tenía. Se adaptaba bien a su trabajo, mataba a distancia y de forma contundente.



Remus es un hombre maduro, de unos 35 años, alegre y activo, con grandes aspiraciones a recorrer el cuarto continente, donde nació y se crió, y obtener conocimientos generales sobre el mundo donde vive. Suele visitar el burdel con frecuencia, cuando su cuerpo se lo pide.
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeVie Mar 18, 2011 2:26 pm

Bueno, voy a poner la primera versión de mi historia (en varias partes, no entra una entera XD) Quedan muchas cosas por pulir, y pido que se lea hasta el final, pues mi pj ha perdido muchas de sus aptitudes, quede claro.

PD: 19 páginas a word XD me he lucido.
PD 2: he de confesar que la primera parte no la escribí yo enteramente :3
El guerrero de los ojos de fuego:

Capítulo I

Los dedos se crisparon, aferrando con aún más fuerza la empuñadura de la mágica espada, poniéndose blancos. Apretaba tanto los dientes, conteniendo la rabia, que le dolían. Los músculos estaban tensados casi hasta el límite de sus fuerzas, y casi podía sentir como la sangre le corría como un río tempestuoso por las venas. El rostro parecía de piedra, tan duras y frías se mostraban las facciones, excepto los ojos. Éstos tenían el color de las llamas, fiel reflejo del odio y la sed de sangre que habitaban en su corazón.
Una corriente de aire frío pareció devolverle la vida. El guerrero se movió, sacudiéndose los recuerdos de un pasado que no podía olvidar.
La salida debe estar cerca – pensó.
Llevaba muchos días vagando por corredores que no parecían tener fin, y que a cada paso se volvían más oscuros y opresivos, iluminados únicamente por la pálida luz de su espada. Podía oír el sonido de su respiración, lenta y pesada, y el sonido de sus botas al aplastar el rocoso y plano suelo.
Aunque deseaba profundamente volver hacia atrás, y matar al infeliz que le había dicho que la forma más rápida de cruzar la montaña era a través de un paso subterráneo, decidió no hacerlo, y trató de olvidar el deseo de matarle a él y a toda su familia, para luego bañarse en su sangre y devorar sus corazones.
Confiar en la gente había sido una estupidez. Adentrarse en esos túneles, sin comida ni agua, bajo el abrigo de una fina capa, que no podía hacer nada ante el frío, que le había entrado en los huesos, rehusándose a salir, y sin siquiera el esbozo de un mapa, no había sido una decisión muy inteligente, aunque había hecho cosas peores y aún más estúpidas.
La necesidad lo había obligado a devorar la carne y a beber la sangre de las infectas criaturas que vivían en la negrura de esos abismales pasadizos. Era asqueroso, incluso para él, tan acostumbrado a la muerte y a la sangre, que ya tantas veces lo habían golpeado en su triste pasado, tener que subsistir así.
Su mente evocó una vez un dulce rostro, arrasado por lágrimas y sangre, y azotado por llantos, gritos y dolor. Recordó, torturándose una vez más, su frustración e impotencia al no poder salvarlos…
Entre lágrimas y sangre había jurado vengarse, pero… ¿acaso esto le serviría de algo?, ¿acaso recuperaría a aquellos que había amado?
Conocía perfectamente la respuesta, pues ya se las había hecho multitud de veces:
No.
Era obvio que lo que estaba haciendo no lo ayudaba a olvidar el pasado; por el contrario, sólo conseguía aferrarse aún más a sus recuerdos. Y así, nunca conseguiría olvidar su triste pasado…
Entonces, llegó a su mente ese nombre… Garret…

La palabra le dolió en lo más profundo de su ennegrecida alma. No estaba listo para recordarle, y repentinamente se sintió desnudo y vacío. Quebrando el silencio, repitió el nombre, en una extraña letanía.
Una lágrima cayó de sus ojos de fuego y, al morir en sus labios, le supo a amargura.
- ¡Basta ya! – gritó, furioso, y el eco se perdió en la laberíntica y terrible inmensidad de corredores y salas oscuras.

Se sentía débil y agotado. Ya no recordaba cuantos días llevaba en ese enfermizo lugar, pero, por el largo de su barba, sabía que por lo menos dos semanas.
De repente, oyó pasos, y se detuvo. Algo o alguien se acercaba.
- ¿Tienes, sed, verdad, Sedienta? – le habló el guerrero de los ojos de fuego a la espada. – Yo también, y sonrió.
Un grupo de extraños seres dobló una esquina, y al ver el macabro gesto, se aterraron. El que iba al frente imprudentemente se adelantó. La espada lo decapitó, clavándose la afiladísima hoja en la pulida pared. El resto intentó huir, al ver su propia muerte en los ojos del guerrero. Pero fue en vano. El guerrero les dio caza, uno por uno, como si no fuesen más que animales, saboreando lentamente sus muertes, disfrutando ver como caían ante el mágico acero, regocijándose en la agonía, y devorando sus tibios cadáveres para mantenerse con vida.
Tras la cacería, se recostó en una pequeña habitación cuadrada, y durmió, sin saber si era de día o de noche, interrumpido por terribles pesadillas. El pasado seguía vivo en su interior.
Al despertar, se sintió extrañamente en paz, a pesar las pesadillas, a las que ya estaba acostumbrado.
Se levantó. Le dolía todo el cuerpo.
- Espero que algún día pueda dormir en una cama de verdad – dijo.
Tomó a Sedienta, su espada, que, con su luz le servía de antorcha y con su filo de arma, y comenzó a caminar.
Mucho rato estuvo vagando, hasta que el azar, o quizás alguno de los Dioses se apiadó de él, y le mostró una salida. La sagrada luz de Naru, fuente de luz, calor y vida para Eo, brillaba débilmente en el exterior. Se alegró, a pesar de que entre él y la salida había una sala muy amplia, llena de enemigos.
Podía ver perfectamente los rostros largos y delgados, las expresiones de maldad, iluminadas por fuegos azules que le daban un aspecto mágico e irreal a esas inmundas criaturas.
- Llegaré a esa luz, así tenga que matarlos a todos – se prometió en voz baja.

Comenzó a avanzar. El pasillo comenzó a abrirse, convirtiéndose en una enorme estancia, iluminada por múltiples fuegos azules, que flotaban muy por encima de sus cabezas. Había muchos tesoros y objetos de valor desperdigados por el suelo. El pálido oro tenía un brillo extraño.

Era obvio, incluso para el guerrero, que ese era el lugar predilecto de los monstruos, y que su cercanía con la salida era una muestra de que eran seres orgullos y violentos.
Comenzó a avanzar. El primer monstruo que se le puso delante cayó al suelo, sosteniendo sus vísceras y aullando de dolor. Al ver esto, los demás se abalanzaron sobre el guerrero de los ojos de fuego.

Le encantaba la sensación que lo invadía y extasiaba cuando derribaba a un oponente, y luego lo remataba en el suelo, clavándole la espada en el corazón, cuando los golpeaba con la parte plana de su arma y luego se agachaba para abrirles el estómago, cuando oía el entrechocar del acero contra el acero y los agónicos gritos de sus rivales al ser cortados en pedazos.
Uno de ellos intentó sorprenderle por la espalda con un machete, pero el guerrero torció su muñeca, y se puso a su espalda, clavándole su propia arma en el pecho. Con desdén lo pateo contra otro de esos inmundos engendros. El combate estaba decidido.

Entonces lo vio, sentado en un trono de oro y ébano, con el cuerpo cubierto de finas y delicadas joyas, y una maza de plata, bellamente formada y tallada para semejar la cabeza de algún animal que el guerrero desconocía, en sus manos. Cuando sólo quedaba el de todas las criaturas, pues las demás decoraban con su sangre y vísceras el piso y las paredes, se levantó.

El guerrero de los ojos de fuego estaba agotado, y respiraba con dificultad. Sin embargo, arrojando su andrajosa capa y levantando una vez más a Sedienta, su espada, se preparó para lo peor. Una flecha se le había clavado en el brazo derecho, y no podía moverlo. Tenía suerte de ser zurdo.
Su oponente lo miró, con una calma tan extraña en los ojos, que el guerrero esquivó esos ojos azules, visiblemente turbado.

Retrocedió, evitando el golpe de la maza que, sin embargo, acarició las placas de su armadura. Luego se agachó, y la maza hirió a la pared, atorándose en ésta.
Era su oportunidad, y no la desaprovechó. Con un fuerte golpe hacia arriba, la espada rebanó la diestra del enemigo. El monstruo retrocedió, agarrándose la herida con la otra mano y, pronunciando unas pocas y bellas palabras, cerró la herida. Luego miró al guerrero, y dijo:
¿Por qué? ¿Qué te hicimos, Enemigo, para que nos dañes? Entras a nuestro hogar y matas a los nuestros, ¿con qué objeto, si no te hicimos daño? Tú nos atacaste primero, cuando podrías habernos pedido ayuda.
El guerrero bajó la vista, humillado. No sabía que esas bestias podían hablar. Todo lo que le dijo el monstruo era verdad, y por eso le dolió muchísimo. Si embargo, le replicó:
- ¿Y tú, que ves como mato a tus guerreros y te quedas hay sentado, sin hacer nada? Eres un cobarde.
- Sí, lo soy – reconoció el monstruo, pero al menos el Odio no ha matado a mi corazón.
Eso fue demasiado para el guerrero, que, avanzó, dispuesto a matar a su enemigo. Sin embargo, éste había recuperado la maza, y le asestó un fortísimo golpe al guerrero, destrozándole la armadura y rompiéndole varias costillas.
El monstruo se le acercó, pero el guerrero le arrojó su espada. El monstruo la detuvo, pero era demasiado tarde. La afiladísima arma le había perforado un pulmón. Con sus últimas fuerzas, extrajo el arma, para luego arrojarla al suelo, y decir:
- El gabinete blanco, botella azul.

El guerrero se quitó la armadura. Ya casi no podía respirar. Tenía la sensación de que el monstruo no mentía.
La vista comenzaba a nublársele. Se arrastró hasta el gabinete, tomo la botella azul, y bebió su amargo contenido hasta la última gota. Se desmayó, y tuvo un sueño del que luego no recordó nada, excepto el rostro de una mujer que no conocía.

Varias horas después, se despertó. Se sentía mucho mejor físicamente, pero el alma y el corazón le dolían aún más que antes. Antes de irse, miró al rey muerto, y dijo:
- Hasta tú eras más humano que yo. – Tenía lágrimas en los ojos, pero no lloró.

Afuera era de noche, una noche fría y gris. Oscuras siluetas le esperaban, con antorchas y espadas en las manos, y vestidos de negro, con un extraño símbolo en sus ropas.


Capítulo II

Incluso él se dio cuenta de que se había excedido y había sido demasiado violento, pero le había sido imposible contenerse. Cuando vio el impío símbolo en las negras túnicas, perdió el poco dominio que le quedaba de si mismo.

¿Qué hacían los asesinos en ese lugar?
¿Acaso lo estaban buscando a él? ¿Tenían trato con los “monstruos”?
¿Por qué?
¿Le tenían miedo?
¿Pero por qué estaban en ese lugar?
¿Cómo pudieron seguirle?
¿Y si…………?
Demasiadas preguntas, y ninguna respuesta.

Una vez más, a pesar de que no quería, recordó el fatídico día en que los asesinos irrumpieron en su casa y…
No. Tenía que ser fuerte y luchar contra sus recuerdos, sin importar cuanto sufriese. Tenía que vengarse.
Venganza. Esa era la única palabra que su ennegrecido corazón le susurraba, lo único en lo que se permitía pensar, lo único que le importaba. Se había convertido en su razón de ser, y en su dios. Era lo único que lo mantenía en pie, y que lo obligaba a luchar, dejando tras de sí un rastro de sangre…

-Vaya, vaya… Así que sigues empeñado en ello… maldito error…- Dijo uno de los enmascarados- Aún me acuerdo de cómo llorabas, aquel día. ¿Te acuerdas, guerrero? ¿eh? Venga… -Varias sombras surgieron por detrás de él, hasta ser unas 6 figuras encapuchadas. El del centro se preparó con sus mitones y dijo:
- Encauza tu odio… Demuestra tu poder.

Para cuando pronunció esas palabras, el guerrero corría con un grito de odio, asiendo a Sedienta en sus manos… El fuego prendió en el mágico filo, y de un tajo abrió parte del estómago. Éste retrocedió, herido, con la mano en el profundo corte.

El olor a carne quemada, y el placer que sintió el guerrero al clavar su espada hasta la empuñadura le permitió ignorar el saetazo que se hallaba clavado en su mellada armadura…

Las figuras le contemplaron, expectantes, y lejanas. El guerrero de los ojos de fuego se detuvo… El pasado le invadió… Las llamas del odio brotaron, y sus ojos se incendiaron con la venganza pura. Transmitió la misiva mortal al filo, que hizo surgir una llamarada que, acompasada por un movimiento curvo del guerrero calcinó a 3 de las figuras sombrías.

Pero ya era demasiado tarde. Eran Cuervos de fuego, retazos de sombras informes que recuerdan que alguna vez fueron humanos. Hedores putrefactos movidos con la única intención de satisfacer al Inmortal. Y vendrían preparados.

Una explosión mágica causada por varios hechiceros tumbó al guerrero de fuego en la entrada de la cueva…


Capítulo III

Se despertó. Le dolía terriblemente la cabeza, y no entendía que hacia en un calabozo cubierto de humedad, polvo, huesos y sangre. Además. El frío era insoportable.
Tan sólo llevaba unos burdos pantalones para cubrirse de éste. Tenía los brazos, el pecho y el estómago cubiertos de oscuros moretones y, cada vez que se movía, le dolían más.
-Ankh…-Murmuró levemente, recordando la temible prisión de los vientos. Tanta gente había entrado ahí, y tan poca había logrado salir…

Pero eso no era lo que importaba ahora. Lo que quería saber era donde estaba Sedienta y el resto de sus cosas.

Recordó estar viajando hacia el Este, triste, solitario y olvidado… un pueblo perdido entre la nívea inmensidad… una posada cálida y acogedora… una cama tibia… sombras en la oscuridad…respuestas… cuervos de fuego.

De pronto, todo cobró sentido, y entendió…

Sus enemigos lo habían atrapado. Era obvio para él que lo consideraban peligroso. Sonrió, orgulloso de si mismo, y casi sintió lástima por sus enemigos, a los que pensaba matar uno por uno, lenta y dolorosamente, para así saciar el fuego de su venganza.

Volvió a ver la celda, iluminada por la pálida luz de una antorcha que había en el tortuoso pasillo que se extendía más allá de su celda.
Se levantó y probó la dureza de los barrotes. Por el cosquilleo que sintió en los dedos, pensó que debían de tener algún tipo de encantamiento.
Luego observó las paredes. No vio nada extraño en su rocosa irregularidad. El suelo era igual, con manchas de sangre y huesos por doquier.
Oyó pasos en el pasillo. El sonido era demasiado suave y ligero como para ser humano, y apenas audible en el tétrico silencio.

La figura se acercó a los barrotes. Por la piel blanca, y los cabellos y los ojos oscuros, el guerrero se dio cuenta de que era un Elfo Oscuro, a pesar de que nunca había visto uno.
En la diestra traía una hogaza de pan, y en la siniestra jugueteaba con un manojo de llaves, enganchado al cinturón que ajustaba la cota de malla del Elfo.
Incluso la débil luz de la antorcha le permitió al guerrero ver que el pan estaba verde y mohoso.
Con un aire ofendido, escupió en la cara al orgulloso Elfo.
- Insolente – dijo este, y desenvainó la espada.
Pasando una mano por entre los barrotes, el guerrero de los ojos de fuego tomó la muñeca del Elfo, torciéndola y obligándolo a soltar la espada; antes de que ésta cayera al suelo, la atrapó y hundió en la pierna izquierda del Elfo, que cayó al suelo.
Entonces, lo tomó por las botas y lo atrajo hacia él, quitándole las llaves del cinturón.
Abrió la celda y salió. Tomó la espada y la hundió en la garganta del indefenso Elfo.
- Así que ahora contratan soldados de otras razas – pronunció el guerrero, sin ninguna emoción en la voz.
Miró atentamente al cadáver, observando si éste tenía algo que podría serle útil. Le quitó las botas, pues vio que eran de gran calidad. Tomó la espada del guardia y una antorcha, y comenzó a avanzar. Otro guardia apareció, y recibió fuego en el rostro y acero en el pecho.
Usando las llaves, el guerrero comenzó a abrir las celdas que iba encontrando, sin saber por qué. Pero estaban todas vacías, excepto una, que estaba ocupada por un guerrero alto y delgado. Había algo en éste que le llamaba poderosamente la atención, pero no podía adivinar qué.
Abrió la celda, y le ofreció una espada al prisionero. Éste salió de su ensimismamiento y la tomó.

Juntos, comenzaron a recorrer esos oscuros, opresivos, tétricos y opresivos pasillos. Caminaban como si fueran un solo hombre, coordinándose perfectamente, a pesar de que no se conocían y de que ninguno de los dos había hablado. Había algo en el aire que les provocaba temor, y prefirieron mantenerse en silencio.
Llegaron a una amplia estancia, con muchas y muy pequeñas celdas, guardias inmisericordes, y gimientes prisioneros.
Deslizándose rápida y silenciosamente, y moviéndose de sombra en sombra, los guerreros abrieron las celdas, dejando que los prisioneros salieran a buscar la luz y la libertad que les habían sido negados hace mucho tiempo. Cientos y cientos de campesinos Ainar, elfos del bosque de lakewood, jornaleros sheikáns de Arathor, enanos de hierro de Puerto Salitre, soldados imperiales emboscados comenzaron a salir de sus celdas, entre gritos en diferentes idiomas y furia libertaria.
Sin embargo, ellos dos se ocultaron en las sombras, y esperaron.

Cuando los guardias se percataron de que una inmensa masa de desesperada carne venía hacia ellos, desenvainaron sus armas, rojizas bajo la luz del fuego.

El sonido de la muerte se predecía unos cientos de metros más allá. La violenta canción de la muerte tan sólo cesó cuando los prisioneros alcanzaron el patio.
Salieron de su oscuro rincón. Todo estaba en calma. Vieron los cadáveres de los guardias y los prisioneros decorando el espantoso lugar con sus cabezas, miembros, sangre y vísceras.

Continuaron avanzado, abriéndose paso entre los cadáveres, con una profunda sensación de náuseas en sus estómagos, y un sabor sumamente desagradable en sus bocas. Al llegar al final, encontraron una ancha escalera y, un poco más a la derecha, una más angosta, oculta por una oscuridad que casi se podía palpar. Al llegar a la cima, encontraron una puerta. La abrieron, penetrando en una sala repleta de objetos de todo tipo: un almacén. En un rincón oscuro y olvidado, y con la única utilidad de juntar polvo, estaban sus pertenencias, como si alguien las hubiese dejado allí recientemente, pues el polvo aún no había llegado a ellas. El guerrero recuperó a Sedienta, y a su capa y a su armadura, y su compañero un jubón de cuero, un cinturón y dos espadas rectas, cortas e idénticas.

El almacén se encontraba en una torre de la fortaleza, pegada a las murallas, desde donde cientos de arqueros y pistoleros intentaban acabar con las masas del patio, disparando indiscriminadamente, mientras la infantería bloqueaba el paso a los accesos superiores. Algunas catapultas llegaron a disparar de punta a punta de la fortaleza, con la intención de acabar con un gran número de reos. El guerrero de los ojos de fuego y su compañero cruzaron miradas.

-Soy Darn, por cierto.

El guerrero asintió, sin ganas de cháchara y dijo:

-¿sabes manejar un arco, Darn?

-¿Qué si sé?-Dijo el compañero –¡Soy un elfo!- Protestó indignado.
El guerrero le tiró un arco largo y varias flechas dragón, y dijo:
-¿Ves esa catapulta?
-Si, pero para que…
El guerrero de los ojos de fuego salió de un salto por la ventana, corriendo con Sedienta en ristre. Empaló a uno de los arqueros con su espada, gritando como un loco, y aprovechó su inercia para derribar a varios arqueros más. Estos le apuntaron, momento en el que el guerrero arrojó una tinaja que portaba en la otra mano.
El rápido ojo de Darn acertó en el blanco, y una lluvia de fuego se precipitó sobre los centinelas. Usando al arquero como escudo humano, el guerrero siguió avanzando hasta la catapulta. Las almenaras estaban limpias, por lo menos ese segmento, y en caos de la batalla los otros guardias no se habían percatado de ello.

-¡vamos!- Apremió el guerrero a su compañero, con un enérgico gesto.
Darn salió de un salto por la ventana, y corriendo se acercó a la catapulta, que ahora estaba apuntada al centro del patio.

Con fuerza movió la catapulta para cambiar su elevación, y con la ayuda del elfo pudo situarla justo donde quería.
Con una cuerda comenzó a atar la anatomía de la piedra.
-¿Qué demonios piensas hacer?-Dijo el elfo.

El guerrero sonrió con un gesto irónico y cortó la cuerda del mecanismo.

La piedra voló durante varios metros para caer justo en la torre central.

-Hay barcos voladores ahí arriba.-Dijo el guerrero.

-¡Ya, y medio ejército apuntándonos con sus arcos!- Reprochó el elfo.

-¿sabes pilotarlos?-Preguntó, mientras volvía a la torre. La única respuesta que obtuvo fue una cara de duda, como si no fuese su especialidad.
-servirá- Dijo, mientras abría unos toneles. En ellos había montones de flechas dragón de artillería, capaces de cruzar 400 metros de campo de batalla antes de perder fuerza. Perfectas para incendiar. Eran de un palo largo, como de metro y medio, y además eran usadas como cohetes artificiales en las fiestas locales.

-No, no, no, no…-Dijo el elfo, al entender el plan del guerrero.








Última edición por hummer el Vie Mar 18, 2011 2:50 pm, editado 3 veces
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeVie Mar 18, 2011 2:26 pm

Capítulo IV

-¡NO FUNCIONARÁ!
-Tranquilo… seguro que funcionará…

Tras unos minutos de trabajo, el elfo llevaba un arnés con un garfio a la espalda, y estaba rodeado por un montón de cohetes dragón. Habían bloqueado las dos entradas con toda clase de material para evitar que entrasen los guardias a su nivel.

El guerrero cargó con Darn hasta la cuerda y lo enganchó con el garfio a la misma.

Prendió fuego a los cohetes y se agarró a los pies del elfo, que salió disparado como… un cohete.

-MIERDAMIERDAMIERDAMIERDAMIERDAMIERDA!!!!-Gritaba el elfo cuando pudo observar que el plan tenía un fallo… Iría directo a la roca…

Las flechas volaron alrededor de los dos fugitivos, pero la velocidad del elfo-bala era tal que hacía muy difícil acertarles.

El pobre Darn chocó con toda su inercia contra la piedra, haciéndose una herida muy fea, y el guerrero cayó más o menos cerca, sano y salvo.

-¡La próxima vez tú serás el hombre cohete!-Reprochó el elfo.

El guerrero no pudo contener una breve carcajada, mientras ayudaba a su compañero a ponerse en pie. Le ayudó a auparse al barco volador, un Stormbringer 19, un modelo bastante viejo, pero que serviría para sacarles de ahí.



Capítulo V

Hacía unas 6 lunas que habían dejado la isla de Ankh atrás… Esa pequeña isla era usada por los cuervos de fuego como lugar para acallar las voces que les molestaban. Sabían que ningún prisionero podría salir de ahí, no había más medio que algunos botes, pero los guardias ya los habrían usado antes de que los prisioneros se hicieran con ellos.

-Morirán de hambre- Dijo Dran, mirando al horizonte, con una mirada melancólica. El guerrero de los ojos de fuego se limitó a asentir, sin remordimiento en su expresión.

-¿Cómo terminaste ahí?-Preguntó el elfo, con ganas de iniciar una conversación, tras siete días de silencio tan sólo teñido por el impertérrito mar que abajo callaba.

-
- Aún hay cosas que no puedo contarte, pues no estoy listo – comenzó – El dolor que me causan es demasiado grande. Seguramente te mataría en cualquier otra situación, pero mi deuda contigo es grande. Admito que sin tu ayuda aún seguiría en Ankh. Además los elfos que sepan volar con esa gracilidad escasean.¿sabes?
El guerrero se rió entre dientes, y centro sus ojos en el hipnótico ritmo de las olas.

Tomó un lento respiro y el guerrero comenzó a hablar hacia el mar, más como si recordarse para si mismo que si contase una historia…

-Nací y me crié en un pequeño pueblo, donde el frío es aún más cruel que aquí, y donde la muerte abraza demasiado pronto a los hombres.
Eran tiempos duros, incluso más que de costumbre. Tiempos de guerra y de muerte, de rostros tristes y grises, y de pena y de llanto.
La caza era nuestra forma de subsistir; la única bendición en esta tierra maldecida por los dioses…
El pueblo crecía a un lado del Camino Blanco, lejos de cualquier otro lugar habitado.
Siempre soñé, deseé y recé poder vivir en una gran ciudad, quizás porque mi infancia, a pesar de que tuvo momentos felices, fue amarga. No hubo juegos para mí, pero sí pesados trabajos, mientras altivos señores pasaban a nuestro lado sin siquiera mirarnos…
Ahora me doy cuenta de que los envidiaba. Pero eso fue hace tiempo, y ya no tiene ninguna importancia…

Un día, cuando apenas había transcurrido una década desde mi nacimiento, mi padre se fue.
- Debo ir a la guerra, hijo, pero volveré. Cuídate y cuida a tu madre. – esas fueron las últimas palabras que me dijo.
Aunque duro y serio, supe que me quería, y su partida aún me duele. Sin embargo, no lo culpo por habernos abandonado, pues el señor de esas tierras necesitaba soldados, y yo era demasiado joven. Había una gran invasión de orcos, y se necesitaban todas las espadas posibles para contenerlos. Eso fue hace dos décadas, en los ahora llamados Años Sangrientos. El páramo helado jamás olvidará esos inviernos de nieve roja y muerte.

Mi padre fue un gran hombre. Espero que haya sido un gran soldado – dijo el guerrero de los ojos de fuego con lentitud.- Cuando nos dejó, mi madre estaba embarazada. Yo era sólo un niño y no lo sabía. Esos fueron los peores días de mi vida. Trabajé tanto que pensé que se me iba a partir la espalda. Y fue uno de esos días, al volver con una hogaza de pan, el pago por el trabajo de ese día, que vi algo que nunca podré olvidar, y que me cambió para siempre…

Hizo una pausa. El dolor y la tristeza se entremezclaban con sus palabras.
- Abrí la casi desvencijada puerta de mi casa – continuó el guerrero, cansado – caminé hacia la cama donde mi madre yacía, para mostrarle lo que había obtenido con tanto esfuerzo, y la alegría desapareció de mi rostro…
Mi madre sostenía un bebe en brazos. Estaba muerto, y ella también. Esa imagen aún me persigue en sueños… Ella no estaba embarazada, y mi Padre había partido, pero ahí estaba, ese niño, con una marca de nacimiento en su espalda… Como doce brazos surgiendo del mismo hombro, o una rueda de un carro, no lo sé.

Se tomó una larga pausa, sintiendo como algo se agitaba rabiosamente en su interior.
- Aún pienso si hice lo correcto, y si mi padre estará con vida. Nunca volvió, es cierto, pero también es cierto que yo me fui de mi pueblo. Quizás él está ahí, esperándome.
Triste y desconsolado caminé por el Camino Blanco, hasta que las blancas piedras se tiñeron con la sangre de mis pies. Más de una vez caí, casi muerto de frío y de hambre.
Logré llegar a una gran ciudad. Allí robé, mendigué e hice muchas cosas, agradables y desagradables, pero sobreviví. Crecí y llegué a mi segunda década. Obtuve un buen trabajo y pude dejar de vivir en las calles. Compré una casa y me casé.
Se llamaba Melme. Como la princesa del cuento, “Melme y los arándanos”, ¿lo conoces? –el guerrero esbozó una sonrisa ligera- Es una tontería, Melme es un nombre común… Pero ella… nunca fue común…
Miró al elfo, a los ojos, como buscando comprensión.- Fue amor, como todos los amores. Pequeños gestos y pocas preguntas.
Sin embargo, mi pasado me condenaba. Cometí demasiadas estupideces. El amor de mi mujer me hizo olvidarlas por un tiempo. Pero el pasado no se olvidó de mí.

Por aquel entonces Garret había nacido. Mi pequeño bastardo. Tenías que verle… Estaba hecho todo un soldadito… era igual que su madre, pero con la estupidez de su padre.
-De repente, el tono del guerrero de los ojos de fuego se vuelve más serio, más negro, al tiempo que el sol acompasa su relato, dando paso a la luna…

- Era de noche. Mi esposa y yo estábamos durmiendo… llovía…

Aparecieron de la nada… nos despertaron… túnicas negras… cuervos de fuego… máscaras de plata… espadas…

No pude hacer nada para evitar lo que sucedió después…

Para que pudiera disfrutar del espectáculo, me ataron a una silla. A mi esposa, la colgaron de un tirante, atándola por las muñecas. Sus pies no llegaban a tocar el suelo…

No podía entender de donde sacaba fuerzas, pero siguió contando la historia, con los ojos llenos de lágrimas…

Hubo gritos, amenazas, golpes, risas y sangre… Mi mujer fue vendada, amordazada y desnudada

Uno de los asesinos no llevaba máscara, y su rostro era el de una mujer, desenvainó una larguísima espada y, en un único movimiento, ensartó repetidamente a mi mujer.

Mi… Garret se agazapó, pero la mujer lo alzó como si fuese un muñeco.
Ante mis ojos, la asesina de ojos oscuros y cabellos claros lo dejó caer al suelo. Luego le… le…
Me sentía impotente mientras cometían en él las peores de las atrocidades. Golpes y tajos tales que harían estremecerse al más rudo…
Entonces se fueron,… y todo se convirtió en silencio y oscuridad

Ni aunque pasaran mil milenios y Naru se pudriese y volviera a nacer, y el cielo se cayera sobre nuestras cabezas, y la tierra se hundiese, podría olvidar lo que me hicieron.
Pronunciaba estas palabras con todo el odio y el dolor que vivían en lo más profundo de su alma negra y torturada. Daba miedo verlo y oírlo.

Mientras miraba lo que habían hecho, juré que mataría a todos los miembros del Cuervo de Fuego, sin importarme el precio.

Logré desatarme. Pero no había nada que hacer. Abracé a mi hijo y lloré. Estuve así varios días. Un grupo de gente, preocupada, entró a la casa.

Creyeron que estaba loco… que había matado a mi amadísima esposa y a mi hijo, carne de mi carne, que murió sin nombre…
Quisieron encarcelarme… Ahora yo era Odio y Muerte, y no podían detenerme.
Huí de la ciudad, dispuesto a cumplir mi juramento. Hasta el día de hoy, trato de cumplirlo…

Capítulo VI

Cuando el guerrero de los ojos de fuego terminó de contar la historia, un terrible pesar embargó a Darn…
Poco pudo decir para tranquilizar el corazón del guerrero, mas lo intentó.
-Siento tus desgracias, compañero. Mi pueblo también sufre, y yo mismo perdí a mis hermanos en la batalla del folde gris contra las tropas ritionas. Me gustaría poder…

Un tremendo estruendo surgió del mar. Varios impactos de bombarda reventaron contra el casco del barco volador, ahora en un descenso vertiginoso.

-¡Guerrero! ¡Coge la ametralladora! ¡Intentaré llegar a las costas del Golfo de cristal!

Con un gruñido el guerrero de los ojos de fuego corrió esquivando los escombros del barco hasta la ametralladora.
Barcos con banderas ritionas disparaban al artefacto volador con una admirable falta de precisión.

Rápidamente tomó asiento en la torreta-Como coño se usa este cacharro…-Masculló entre dientes.

-¡Venga, dispara de una vez, necesito tiempo!

-¡Ya voy, ya voy!

El guerrero tiró de una palanca, dejando salir una gran humareda de la ametralladora y comenzó a disparar a los barcos.

Las balas volaban, y la munición de bombarda pasaba muy cerca de sus cabezas. Darn hacía lo que podía, pero estaba claro su destino.

-¡Intentaré hacerlo aterrizar!- Dijo, desde la cabina.

El stormbringer 19 trazó una línea recta contra el suelo, impactando en la costa.

El guerrero salió disparado, para caer en la arena del desierto, a varios metros del accidente.

Cuando recuperó el conocimiento pudo ver un montón de escombros de la nave, con un silencio interrumpido por la munición que caía peligrosamente cerca de donde se encontraba. Varias barcas se acercaban a tierra.
La cara del elfo asomó entre los hierros, completamente ensangrentada. Su cuerpo estaba herido por la metralla, y su voz se debatía entre hablar y respirar.
-A… Ayúdame, compañero…- Dijo, un instante antes de que una terrible bola de bombarda cargada de metralla se estampase en la arena, levantando una tremenda polvareda.

El guerrero, sin pensarlo dos veces, intentó salir de ahí, pero estaba herido por la metralla.
Cojeó torpemente por la arena, a la espera de que los soldados ritiones le capturasen.
Todo estaba perdido… Volvería a Ankh, o le ejecutarían, o sabe Waukeen que…

Se dejó caer de rodillas ante la luna estival del desierto. Encomendó sus últimos pensamientos a su hijo, y a su querida Melme, que no podrían ser vengados…
Hasta que una mano le hundió en la arena.



Capítulo VII

Volvía a casa después de trabajar. El cabrón de Varric le había encasquetado doble turno de guardia, y estaba exhausto. La vida de mercenario era muy dura. Y más la que le esperaba mañana. Misión especial, asalto y extracción. Era necesario. Dentro de poco habría que alimentar una boca más, y llevaba ahorrando mucho tiempo para poder comprar una casa más grande. Melme no estaba de acuerdo, sabía que era peligroso, pero el guerrero de los ojos de fuego era tozudo, y no pensaría dejar pasar esta oportunidad.

Esa noche apenas durmió, pensando en el asalto, y al día siguiente partió con la noche a sus espaldas al punto de encuentro.

Allí le esperaban Varric y los muchachos, unos 7 mercenarios más. La misión era sencilla; entrar en la casa, llegar a la cámara acorazada y sacar todo lo que allí hubiese. Sin derecho a botín y con reservar de asesinato, solo si la misión se ve peligrada. Por supuesto estas restrictivas condiciones se reflejaron en nuestro sueldo, que ascendía a la nada desdeñable cantidad de 150 monedas por cabeza; una cantidad de dinero mayor a la que podríamos haber contado en alguna ocasión.

El plan funcionó según lo planeado. Avanzamos por el interior de la casa sin menor problema, todos estaban dormidos. El problema comenzó cuando abrimos la estancia acorazada…
Uno de los nuestros clavó su estoque en el pecho de Varric, hiriéndole de muerte, y otro de ellos intentó partirme en dos con el hacha. No tuve problema en acabar con ellos; la mayoría eran campesinos que jugaban a las espadas en vez de arar, y, aunque me apené por sus familias, tuve que matarles, pues eran ellos o yo.

Era extraño. No comprendía cual podía ser la razón por la cual intentaron atacarnos. Supuse de que se trataría de codicia, más botín para todos.
Decidí marcharme del lugar, ahí no pintaba nada… y no sabía donde estaba el contacto que pagaría. Pero algo me impulsó a entrar. Era una fuerza… un sentimiento… Una fuerte pena me embargó al pensar que debía abandonar el lugar… No pude evitar esa sensación, y abrí la puerta.
Una luz roja iluminaba la estancia. Todo era rojo. No había nada más. Cuando busqué el origen de la luz noté un lacerante dolor en el pecho. Al bajar la vista vi cómo una espada se mantenía ensartada en mi corazón, y cómo la sangre manaba lentamente al suelo con un repiqueteo irregular y doloroso. La espada comenzó a salirse de la carne, lentamente, como si disfrutase… Noté cómo ardían mis ojos.


Capítulo VIII

Cuando el guerrero de los ojos de fuego se despertó vio que se encontraba en una estancia la mar de curiosa. Las paredes estaban hechas de arena, y varios muebles con motivos marinos decoraban la sala.

-Al fin despiertas, Hashib.- Dijo una voz a su izquierda. Una mujer vestida con ligeros ropajes y un leve velo rosa le miraba, con una sonrisa. Su tez era morena, y sus ojos de un verde esmeralda que escrutaban con tanta fuerza a los que la miraban directamente que uno se sentía desnudo e indefenso ante esa presencia…

-Qui… quién eres- Dijo el guerrero, mientras trataba de incorporarse.

-Estate quieto Hashib. No querrás que el trabajo de nuestros curanderos haya sido en vano, ¿verdad? Soy Jaina, una rastreadora sajhiin. Los habitantes de la superficie nos conocen como hombres de la arenas, pero te aconsejo que no utilices ese término aquí debajo, podrías buscarte problemas.

El guerrero se levantó, torpemente, mientras decía-¿D… dónde diablos estoy?

En Samarkanda, capital del pueblo sajhii. ¿Acaso no la conoces?
El hombre negó con la cabeza, mientras asía lentamente su cinto, con Sedienta colgando.
-Samarkanda es la ciudad de la arena- Dijo la mujer mientras separaba una de las cortinas.
La ciudad de debajo del desierto, donde el polvo es madera y la luna y el sol nunca se ponen.

El guerrero se acercó a la ventana, recorriendo con la vista lentamente la ciudad. Era espléndida, con grandes torreones con formas redondeadas. Dinteles con formas imposibles, teselas y murales por doquier, calles pavimentadas, puestos de fruta, columnas con motivos de palmeras, pequeñas chozas de palma…

-Precioso, ¿verdad?- La mujer se había puesto a su lado, apoyando los codos en la repisa.
Es una bella ciudad, sin duda. Pero no se sabe cuanto tiempo seguirá así. Las tuneladoras imperiales terminarán dando con nuestra posición tarde o temprano… Y todo esto acabará. Somos un pueblo amable, que no gusta de la guerra, pero su ansia de poder es irrefrenable, no se detendrán ante nadie.

Con total indiferencia se apartó de la mujer, y se dirigió escaleras abajo.

-¿A dónde vas en tu estado?- Dijo Jaina, preocupada
-No lo sé.
-No puedes marcharte. Nos debes una explicación.
El guerrero se giró, y se acercó violentamente a Jaina, con un tono violento.
-No, no os debo absolutamente nada! Vosotros me recogisteis, saben los dioses con qué fin, y yo os lo agradezco, pero no esperéis que os vaya a ayudar con vuestros problemas! ¡Te debo la vida, pero cometiste un error dejándome vivo! ¿¡Piensas que os ayudaré, o que me pondré a llorar como un bebé porque los imperiales os van a matar una o a uno?!
¡ME IMPORTA UNA SOBERANA MIERDA!

Jaina frunció una ceja, más interesada que enfadada:
-Negrura brota de tus palabras hashib. Donde debería haber agradecimiento hay resignación. Donde debería haber empatía hay dolor. Donde debería haber amor… solo hay odio.

La mujer se cruzó de brazos y sentenció:
-Abandona esta ciudad. Tu pena es tan fuerte que debes transmitirla a los demás. No queremos en Samarkanda gente que no pueda con su propio peso. Aquí no se guarecen débiles.
Cuando terminó la frase, Sedienta se posó en el cuello de la mujer, mientras los ojos del guerrero brillaban con todo su fulgor. La mujer le miró impasible, con una mirada penetrante y clara.

Lentamente el guerrero retrocedió, envainando su espada mágica, y partió de ese lugar.



Capítulo IX
Con algo de comida y un poco de leche de cactus el guerrero de los ojos de fuego partió, camino de ninguna parte. La ciudad más cercana era Puerto Salitre, el enclave comercial de los enanos de hierro.
Anduvo durante tres días, hasta que en el horizonte que le daba la espalda pudo sentir un rumor en el suelo. Al girarse pudo ver a lo lejos dos grandes figuras que tiraban de un artefacto metálico.
Se trataban de barcos de arena, sin duda de los enanos de hierro. No era otra cosa que una colosal estructura de hierro tirada por dos rinofantes, criaturas de un tamaño nada desdeñable que arrastraban la carga a través del intempestivo desierto.
Por un puñado de monedas le dejaron subir sin demasiadas preguntas. El viaje a Puerto Salitre sería mucho más cómodo.
Durante el transcurso del mismo, el guerrero de los ojos de fuego pudo conocer un poco la situación. Los enanos de hierro, junto con tropas del Imperio estaban intentado establecer minas de argonita, un mineral que permitía más autonomía a los barcos voladores, además de sustituir la magia como motor del mismo.

El valor de dicho mineral era incalculable, y los escuadrones de fusileros imperiales, junto con sus vehículos armados y sus tuneladoras removerían cada esquina de ese desierto en busca del mineral, pero los hombres de las arenas no estaban muy de acuerdo con la idea, con lo cual había una cruenta guerra entre ambos bandos. Los enanos se dedicaban principalmente a suministrar material al Imperio, aunque muchos escuadrones mercenarios partían en camello desde Puerto Salitre, una oportunidad mal pagada y muy demandada de morir en el desierto. Los hombres de las arenas surgían sin que nadie se lo esperase, acabando con escuadrones enteros, además de contar con la fauna del lugar, pues sus druidas eran muy poderosos.


El guerrero tenía una promesa que cumplir, y Puerto Salitre era un buen punto de partida. Debía volver a las montañas grises y cruzar hasta el paso hasta llegar a Nevaren, el reino elfo de la nieve. De ahí seguir por el Camino Blanco hasta la aldea donde estaba sellado un contrato que era hora de romper.

Capítulo X
Los bamboleos de un barco en plena tormenta son el lugar donde nacen las pesadillas… Que pena que algunas ya vengan desde puerto.

Tenía la espada. Sedienta. Sedienta de sangre, de poder, de retos, de nuevos enemigos. Sedienta de acción, de adrenalina… De sacrificios.
El hombre se sentía nuevo. Su herida ardía como una medalla, o un trofeo. Sus energías le embargaron, y se echó a andar, sin saber muy bien a donde. Sólo pensaba en su espada, en su nuevo poder, y en como usarlo. Seguía su camino a casa, con el alba de la mañana.

-Muchacho, estás a tiempo de enmendar tu error- Dijo una voz a su espalda.
El mercenario se giró, rápidamente, desenvainándola con un desesperado gesto, y con ella apuntó al interlocutor, un mísero vagabundo, que conservaba la cara tapada.

-Esa espada no te pertenece. De hecho, no debería pertenecer a nadie.

-¿Quién eres y que quieres? Contesta, si no quieres morir aquí.-Dijo el hombre, nervioso, y con el pulso débil.

Lentamente el hombre se quitó la capucha. Se trataba de un señor anciano, de rasgos asiáticos y sabios. Le miró a los ojos y apartó lentamente la espada.

-No puedo evitar que te la lleves, joven. Pero recuerda mis palabras. Sedienta beberá de tu ira, y cuando no pueda obtener más te hará tener sed. Y te hará saciarla con lo único que satisface su filo.

-¿Cómo sabes tú todo eso?- Dijo el joven, tremendamente asustado.

Ignorando la pregunta, el anciano comenzó a hablar, como si una historia se tratase-Hace cientos de años hubo una gran guerra entre poderosos hombres y dragones del abismo. Si, si, dragones. La guerra terminó con un armisticio, en el que los dragones y sus allegados se fueron a otro plano, y los hombres poderosos pudieron seguir ejerciendo el suyo a sus anchas. En el medio de los dos se estableció un tercer plano, habitado por los Guardianes del Paso, una orden hoy extinta. Hombres y mujeres que velaban por ese equilibrio. Por el Tao. Ellos guardarían ese sagrado lugar. Pero lo que muy poca gente sabe es que también guardaban una fortaleza en este continente. Ese paso también era un portal, pero de una guerra aún más antigua. Tanto que incluso ellos olvidaron por qué lo guardaban. Dos llaves cerraban las puertas a lo desconocido. Una de esas espadas está en tus manos. Siente como su sed clama volver a su puerta. Abandónala. Hará todo lo posible por llevarte a ese baluarte y obligarte a abrir la puerta. En ella está el grito de lo que abajo se esconde. El poder te hará grande, pero sólo un tiempo; sólo hasta que vuelva a su lugar original.

El guerrero de los ojos de fuego se despertó en el camastro, entre sudores.

-La espada no me corromperá-Murmuró-No antes de que me vengue de esos bastardos asesinos.

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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeVie Mar 18, 2011 2:27 pm

Capítulo XI

El barco desembarcó en Raiza, la capital de Ainar. Conocía bien esas tierras. En esa ciudad fue donde… los cuervos de fuego… máscaras.

Hacía más de 5 años que no había vuelto por ahí. Su cuerpo no quería volver, pero una inercia desconocida le impulsó a abrir la puerta de su antigua casa.
Estaba completamente derruida, el tiempo no la había perdonado.

-¿vas a escuchar mi consejo?

El guerrero se giró instintivamente, pero esta vez no sacó la espada.

-Que quieres esta vez, viejo…- Dijo, en un tono cansado.

-Veo que sigues queriendo quedarte con esa espada, ¿verdad? – El guerrero emitió un gruñido, dando a entender de que no tenía tiempo para esas cosas
-Tu silencio es muy elocuente, Garland.

-¿Garland? Yo no me llamo Garland. Me llamo…
Me llamo…
Me…
Me…

-No te acuerdas ni de tu propio nombre, guerrero de los ojos de fuego. Sedienta está empezando a hartarse de ti. Olvidas, olvidas, olvidas. Se alimenta de tus recuerdos. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en borrar de tu cabeza a Melme, a Garret? ¿De que servirá tu venganza si olvidas por qué quieres vengarte?

-Eso… es mentira!! Eres un embustero!! Como los cuervos!!!- El guerrero desenvainó con furia la espada, y trazó un tajo que rajaría al viejo de arriba abajo… Si no fuera porque se esfumó.

-Ah… Los cuervos de fuego… Sucios asesinos, ¿verdad? Pero, ¿A que ya no te acuerdas de por qué mataron a Melme y a Garret?

Era verdad. No lo recordaba. Y eso le enfureció. Arrojó la espada al viejo, pero ésta le atravesó como si de aire se tratase.
El guerrero estaba cansado. Se echó a llorar al suelo, desconsolado. No recordaba por qué lo más importante de su vida estaba muerto, por qué su madre murió, por qué aquel bebé con la marca de los doce brazos… No recordaba nada.

El viejo le tendió la mano y le ayudó a levantarse. Sentía pasos alrededor de la casa, pero ya no le importaba. Le inundaba una abrumadora sensación de vacío. ¿Quién era? ¿Realmente era lo que recordaba? ¿Qué ocurría con su pasado, por qué no podía recordar?

De nuevo perdió la consciencia. Sedienta ya no bebía de él. Se alimentaba de alguien desconocedor de su auténtico poder.




Capítulo XII

El tatuaje, Melme, la venganza, Garret… ¿Qué sentido tenía? La cabeza del guerrero de los ojos que algún día ardieron estaba expectante ante la última pieza de su rompecabezas, con la que todo cobraría sentido. ¿Qué le faltaba? ¿Qué ocurrió realmente en aquel pueblo al lado del Camino Blanco?

Cuando recuperó el conocimiento se encontraba en el corazón de una montaña. Un poco más allá se encontraba el anciano, en posición meditabunda. Algunas roídas banderas ondeaban, con el dibujo de un ala de un ángel y de un murciélago, junto con símbolos del ying y del yang.

-¿Dónde estamos?- Dijo el guerrero.

-En las montañas de Xing, amigo Garland- Contestó el viejo, sin salir de su meditación.

-¿Garland? ¿Así me llamo?

-Si, así es. Garland Redcliff, hijo de Bahestur Redcliff, padre de Garret Redcliff, esposo de Melme Mactramar.

-¿Cómo sabes todo eso de mí?- Preguntó Garland, con un tono de desconfianza.

-Porque yo vi lo que tu viste, Garland. Soy un lejano pariente tuyo, de hace cientos de generaciones. Hace años, los Redcliff juramos mantener las puertas del baluarte cerradas, y por eso estoy aquí, para que hagas honor a ese juramento.

-No me interesa ese juramento. ¡Quiero recuperar mi mente y vengarme!- Dijo Garland, como si no entendiese bien lo que le había dicho su antepasado.

-Y lo harás, Garland Redcliff… Pero primero deberías recordar por qué te has vengado, ¿no crees?

El guerrero de los ojos cenicientos comprendió en su plenitud las palabras del anciano, y preguntó:
¿Qué debo hacer entonces?

El anciano se giró:
–Prepararte.

Capítulo XIII

Sedienta había borrado parte de la memoria de Garland, pero a cambio le había conferido unas habilidades prácticamente inhumanas, que, con su pérdida habían desaparecido.
El anciano, de nombre Kwin, y orgulloso de portar el apellido Redcliff, enseñó a su pariente el arte la paciencia. Donde había odio ahora había serenidad, y donde había ira, había juicio. Donde había dolor, había servicio, y donde había guerra, el veía paz.

Garland aprendió la senda de los guerreros del paso, sus técnicas y sus filosofías. Aprendió a manejar la espada como si fuese una prolongación de su cuerpo, con la soltura con la que se respira o se camina.
Estudió en profundidad el himno de los guerreros del paso, su único himno sagrado:

Conocer a los demás es sabiduría
Conocerse a sí mismo es iluminación.
Vencer a los demás requiere fuerza.
Vencerse a si mismo requiere voluntad.

Quién consigue sus propósitos es voluntarioso.
Quien sabe contentarse es rico.
Quien lucha en su puesto se hace fuerte.
Quien vive el eterno presente, no muere.


Según las historias que Kwin le contaba al guerrero, ya no quedaban más guerreros que los destinados a ese plano. El resto de fortalezas fueron abandonadas, y selladas con el ser más potente de todos. El no-ser. Es algo que incluso Kwin ignoraba de que se trataba, pero que tampoco tenía intención de descubrirlo, pues no era su deber.

Pasó el tiempo, y los conocimientos del joven dieron lugar a un hombre, a un auténtico caballero del paso, a un guerrero resurgido de sus propias cenizas.

Durante la cena de la quinta luna Kwin le dijo a Garland:

-Hoy es el día. Recibirás el último secreto de los caballeros, y mañana partirás en busca de tu memoria.






Garland asintió, acostumbrado a sobreentender las intrincadas frases de su maestro.
Fue llevado a una sala que se encontraba a varios pisos bajo el monasterio, en una cascada.
-Despójate de tu camisa.- Dijo Kwin, con un tono serio y solemne.

Garland se quitó rápidamente sus ropajes, y una vez hecho, el acero de Kwin, siempre envainado, salió lentamente de su reposo. Se trataba de una afilada espada curva, pensada para ser agarrada con el filo hacia atrás.

Con una serie de violentos y precisos giros tatuó en el pecho de Garland el símbolo de los doce brazos. Sangraba ligeramente, pero aguantó en el sitio, mientras la cascada se llevaba el fluido carmesí.

Kwin sacó un pequeño tarro, con un líquido de color rojo violáceo.

-Acepta la sangre de dragón en tus carnes, Garland. Como hicieron los caballeros del plano y como hice yo, y como harás tú.
Lentamente desparramó el extraño mejunje por sus heridas, en una cantidad muy pequeña. Éstas se cerraron rápidamente, dejando una cicatriz prácticamente imperceptible.

Kwin guardó el frasco y se hizo un pequeño corte en el dedo. Pasó esa sangre por la nariz de Garland y le dijo:

-Mañana partirás. Descansa, Garland Redcliff.


Epílogo:

Hoy era el día en el que partiría colina abajo. Con una mula, un bastón y unas pocas provisiones, Garland se sentía preparado para partir.

Kwin se acercó a él, con algo debajo de un paño.

-¿Qué es?-Preguntó Garland, extrañado.

Lentamente el anciano destapó el objeto… se trataba de una empuñadura de color azul, recta y simple, con un mango dorado con forma de espiral.

-Es la empuñadura de mi espada, Garland. Juicio. Quería mostrártela, pues juega un papel importante en el destino de los Redcliff. Su filo se perdió hace siglos en el interior de la fortaleza del paso. No quiero que la recuperes aún, no estás preparado. Pero tenlo en cuenta. Igual que yo un día empuñé a juicio, tu también la conservarás en la vaina a la hora de luchar, y desenvainada a la hora de defenderte. Parte ahora, el sol saldrá pronto.
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeSáb Mar 19, 2011 11:36 pm

et voilá, la historia del caballero Iwan McGregor:






-¡Teniente, se acerca una partida de bufalantes!
-¿¡Cuántos son, soldado!?
-Unos cinco, señor.
-¡¡¡¡¡¡Mierda, Marcus!!!!!!
El soldado Marcus se prepara para la acción, junto con sus quince compañeros. Su teniente, el oficial del Imperio Iwan McGregor los dirigirá hasta la muerte, ya que el pelotón de fusileros más cercano se encuentra a veinte minutos andando en dirección al último puesto avanzado. Esta era una partida de expedición normalucha, y el hecho de encontrarse hombres del desierto tan cerca de la frontera no era normal. Pero bueno, siempre hay lugar para la esperanza.
-¡¡Soldados, a las barbacanas!!
-¿Pero, qué es eso, señor??
-¡¡No lo sé, invéntate unas!!
-V...Vale, señor.
Pero el soldado no tenía ni puta idea de barbacanas, como ninguno de los allí presentes, así que el combate comenzó con la carga de los bufalantes. Los soldados se dispusieron en tres grupos de cinco para evitar una carga directa, y cuando los bufalantes pasaron entre los lanceros estos atacaron a las peludas patas de las bestias de tiro. Cayeron tres de ellos entre manchas de sangre y gemidos agónicos, pero eso era costumbre en la guerra en el desierto y nadie se quejó ni hizo amago de retroceder. Los hombres de la arena salieron de las cabinas encalladas, y los bufalantes que quedaban en pie retrocedieron para coger carrerilla y arremeter una vez más.
-¡¡Luchad, soldados, matadlos a todos!!
Los hombres del desierto aullaban y enarbolaban sus cimitarras y estoques, armas de débiles, y los soldados del Imperio cargaron con sus lanzas y espadas bastardas. Desde luego aquella tripulación de bufalantes no era nada en comparación con la infantería imperial. El primer asaltante se abalanzo sobre Iwan, pero su delgado filo se estrelló en el escudo del teniente, quien contraatacó con un golpe que partió en dos el pecho del hombre. El siguiente intentó una estocada, pero dejó su cuello al descubierto, cosa que aprovechó el oficial para desgarrar la piel de su adversario. El tercero enarboló su pequeña hacha lateralmente contra el pecho del oficial, pero este rápidamente desvió el arma y atravesó el estómago de su enemigo. Los otros soldados ganaban también, pero con menos estilo que su líder.
-¡¡Soldados, ya son nuestros…!!- pero salieron de la ventisca de arena los dos bufalantes y otro más, que seguramente estuviera esperando como refuerzos. Los hombres estaban desperdigados y habían deshecho la formación, y así no eran rival para los mamíferos encabritados que cargaban contra ellos. Y todos sucumbieron.
Todos excepto Iwan, que en una última plegaria los dioses esquivó la carga de milagro. Tenía muy magullada la pierna y no podría luchar en unas horas. Pero los hombres no lo vieron. Iwan yacía asombrado, pues era completamente imposible que se hubieran librado de él, y justo cuando iban a dar la vuelta después de inspeccionar todos los cadáveres, el viento arreció y ocultó sus siluetas.
Durante horas permaneció el oficial allí tumbado, semicubierto por la arena, hasta que estuvo completamente seguro de que no había nadie en dos kilómetros a la redonda. Y cuando pasó eso la pierna no le dolía tanto, y echó a andar.


-Joder, estoy harto de este desierto infernal…
-Ja, tiene gracia por que en el infierno hace calor…
-¿No me digas Bill, en serio? yo que te tomaba por imbécil.
-Oye, eso ha sonado irónico…
-Basta ya soldados, estáis montando guardia y no es momento para charla.
-Pero, mi señor, ¿no estabais de expedición?
-Sí, recluta insolente, pero el enemigo está más cerca de lo que pensamos y nosotros aquí parloteando. Avisa al capitán: nuestra patrulla ha sido completamente aniquilada, y probablemente las otras tres. El desierto está plagado de bufalantes, y eso significa que lanzarán un ataque en breve contra el fuerte. Deben activar las defensas contra caballería en los perímetros 3 y 4, y se avisarán a las compañías de fusileros 8ª y 16ª, las más cercanas. ¡Deprisa!
Y con estas palabras, el oficial, cojeando, cubierto de arena y maldiciendo la ascendencia de los que le habían destinado con esos zopencos, se fue a la taberna más cercana a mojar el gaznate.



-Ya se acercan, mi señor.
-Excelente, oficial McGregor. ¿Está todo dispuesto?
-Sí, capitán Valis: las compañías de fusileros se encuentran en segunda línea, detrás del resto de infantería. La compañía de arqueros ha sido colocada en la empalizada, junto con las dotaciones de artillería y catapultas y los respectivos ingenieros. Los magos están escondidos por los diversos edificios cercanos a la puerta para defenderla con sus conjuros, y los exploradores llegan con el informe.
-Eso está bien... Decidme, ¿Cuáles son sus efectivos?
El oficial resopla y le transmite las noticias a su superior:
-Pues... al menos doscientos bufalantes, cinco mil efectivos de infantería ligera y otros mil de arqueros.
-Vaya, deben de tener mucho interés en esta plaza…-pese a que el capitán estaba obligado a no mostrar flaqueza, su agobio se palpaba en el aire.- Bueno, contadme cuán grande es nuestra fuerza.
-Pues veréis, contando los fusileros, la infantería, los arqueros, y los veinte magos… Cuento con unos tres mil quinientos hombres.
-¿Cómo? ¿Y el resto de compañías?
-No llegarán a tiempo, avisándoles con tan poca antelación. Pero nosotros contamos con artillería y armas de fuego, y ellos están a campo abierto y no disponen de nuestros conocimientos en ese tipo de armamentística.
-Bueno, este es el plan: aguardaremos a esos salvajes a que carguen de frente, no tienen ventaja de esa manera. Los arqueros derribarán a tantos bufalantes como puedan, antes de que lleguen a la muralla, y la artillería abrirá brecha en el grueso de su fuerza. Con suerte los magos contendrán las murallas y solo habría que disponer de la infantería en el caso de que cediera. Si ello llegara a pasar, los fusileros se apostarían detrás de los lanceros y abatirían a tantos hombres como pudieran. ¿Cuánto decíais que tardarían las demás compañías en acudir?
-Llegarían mañana con el alba, capitán.
-Umm… entonces no queda otra que resistir hasta el final. ¿Dónde os dispondréis, McGregor?
-Con mi compañía de lanceros, tras la puerta.
-Excelente, espero que la pierna no sea inconveniente. Yo me situaré en las murallas para dirigir la defensa.- En ese momento oyeron un cuerno, y otro, y otro, y un escalofrío erizó el vello de sus brazos.
-Es la hora, teniente, buena suerte.
-Lo mimo digo, capitán, nos veremos en esta vida o en la otra, espero que en esta.



-¡¡¡¡¡SOLDADOS!!!!!
-¡¡¡¡¡SÍ, OFICIAL MCGREGOR!!!!!
-¡¡ESOS PERROS SE ATREVEN A ATACARNOS EN NUESTRO TERRITORIO!! ¡¡¿¿Y QUE ES LO QUE LES DAREMOS??!!-los soldados gritaron extasiados mientras el enemigo corría hacia sus puertas. Los hombres del imperio hacían gestos a su oficial, enseñando la punta de sus armas y maldiciendo aquel día.
-¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿QUE LES ARRANCAREMOS?????!!!!!!!!!!!- ahora los soldados gritaban más que nunca, ahogando el discurso de su superior, haciendo el universal símbolo de degüello, mientras algún imprudente disparaba al aire y la adrenalina fluía por sus cuerpos.
En aquellos momentos la puerta cedía ante los embistes de los bufalantes.
-¡¡¡¡DADLES MUERTE A TODOS, POR EL IMPERIO, POR VUESTRAS CASAS, POR LAS PUTAS QUE OS ESPERAN EN VUESTROS LECHOS!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡FUEEEGOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!
Y la puerta cayó.
Ante ellos corrían sus enemigos, dispuestos a arrancarles la piel y forrar la muralla con ella. Los fusileros abrieron fuego todos a una vez, despedazando los músculos y la carne de los salvajes, que gritaban de rabia y dolor. Y así la segunda y tercera andanada, hasta que la gente del desierto llegó a la improvisada barricada y entablaron combate cuerpo a cuerpo con la primera línea de lanceros. Ahora que los fusileros no podían disparar, todo dependía de ellos.


Todo sangre, todo miembros sueltos, todo hueso separado de la carne y mares de odio. El imperio resistía en su fuerte Archloq, pero no lo haría mucho más tiempo si seguían llegando oleadas de atacantes. Algún mago intentaba en vano hacer algo contra el enemigo, pero lo único que conseguía era ponerse al descubierto. La primera línea estaba casi deshecha, y el oficial Iwan intentaba espolear a sus hombres a la victoria, pero no era capaz de hacerse oír en el estruendo de la batalla. Mataba salvajes como el que más, pero la herida de la pierna había regresado y hacía mella en su fuerza y sus ánimos. Estaba perdido.
-¡¡¡Teniente, bufalantes!!! ¡¡Detrás de usted!! Varios hombres se pusieron delante de su líder para evitar el golpe, pero no era nada que un bufalante no pudiera hacer salir volando.
-Me cago en la…
Y a Iwan McGregor, teniente primero del Imperio, maestro consumado en el manejo de la lanza, aplaudido por sus hombres por su arrojo y humor, destinado en el fuerte Archloq desde hacía seis meses, no le dejaron acabar su última frase.





-Cuidado, se despierta…
-…..la puta madre que os engendró a vosotros y a vuestros hermanos búfalos bastardos….
-¿Qué os ha llamado, hermano Maxil?
-No, Daerred, está recordando la batalla.
-Batalla… Cierto, ¡Yo estaba en una batalla!- Iwan intentó incorporarse, pero sintió como si mil agujas estuvieran circulando por sus venas, y se volvió a tumbar con gran dolor.- ¿Hemos ganado?
-Pobre infeliz, pregunta si ganaron… -Aquel individuo llamado hermano Maxil se rió suavemente. Era viejo, calvo, gordo, feo, y llevaba unicamente una túnica blanca con el símbolo de Bahamaut. El poco pelo que tenía formaba un semicírculo alrededor de su cráneo.-No, hijo mío, el fuerte Archloq está perdido, y sus habitantes exterminados, con suerte en brazos del Hacedor.
-¿Qué pinta Bahamaut en esto?
-Como se nota que solo eres un soldaducho, Iwan. Todo aquel que muere vuelve al lugar del que salió, el plano celestial de nuestro señor de la vida.
-¿Oye, como sabes mi nombre?
-Pues porque a los discípulos del Señor se nos enseña a mirar el corazón de las personas, lo único que no miente. Solo así contemplamos la verdad de todas las cosas.
-En fin, seguro que me necesitan en el fuerte otra vez, esta pérdida es importante. ¿Qué día es?
-Hoy es día quince de octubre. Y de moverse nada, aun necesitarás un año para recuperarte del todo.
-¡¡¿¿Qué??!! ¡¡¿¿Pero si la batalla fue a finales de agosto??!!
-Exacto, y aunque lentas, nuestras curaciones han surtido efecto. Pero ahora, Iwan, esperarás en esta, tu habitación, un año, mientras te recuperas y sigues nuestras enseñanzas. Con ese carácter tuyo no durarás en Cydonia una semana.
-Oh, dios mío, no….
Cydonia era una ciudad conocida por sus conflictos internos de todo tipo, sociales, políticos y sexuales. Y solo había una orden de monjes en esa ciudad, para ayudar a esos descarriados que creían que podían cambiar en un ambiente hostil como aquel. Si tenía que pasar dos años con esos viejos pedantes y sabelotodo…





-Mal… Pésimo… Como mi abuela… Peor que mi abuela… ¡Dios mío, pensaba que en el ejército estabais preparados!
El viejo Maxil parecería gordo, viejo, calvo y feo, pero se movía con la gracilidad y agilidad de un gato en una habitación llena de periquitos. Y el teniente Iwan, pese a estar casi recuperado y armado, al contrario que el monje, no era capaz de acertar en el blanco. Durante esos nueve meses había recibido entrenamiento duro, pero el monje todavía no había recibido ninguna paliza como se había llevado Iwan. Aunque no todo se centraba en lo físico: había aprendido a leer, escribir, ver el corazón del enemigo e incluso estaba aprendiendo a contactar con los mismísimos dioses mediante la meditación. Y sobre todo, a seguir la filosofía de los monjes.
A pesar de que el viejo le había dicho que tardaría un año en recuperarse, en un mes estaría listo para partir. Aunque no sabía si quería.
Al día siguiente, Maxil lo llamó a sus aposentos.
-Veréis, Iwan, algo (se corrompe en el corazón de la tierra media lol) sucede en la ciudad de Ramustertek. Algo nada bueno,
-¿Y cómo lo sabéis, hermano, si casi no salís ni del monasterio?
-Pues porque tenemos invitados de honor que nos traen las noticias.- En aquel momento se abrió la puerta, y entró una figura ataviada con ropajes y armaduras negras, la capucha bajada y mirada sarcástica. Iwan no se creía que hubieran dejado entrar en el monasterio a un caballero de la orden oscura.
-Largo de aquí, márchate con tu corrupción y tu sombra a otro lugar, aquí no hay nadie a quien contagiar.
-No Iwan, iréis los dos.
-Pero que…
-Xeanorth ha encontrado la lágrima de sangre.- La voz del abad del monasterio estaba más seria que nunca.
-Eso lo explica todo… Todo menos lo de este… ser corrupto.
-No soy más corrupto que cualquiera de vuestros monjes, teniente sin hombres, y esto nos concierne a todos.- Su voz era dulce, pero autoritaria al mismo tiempo. Trabajar con un maestro del engaño no era del agrado de Iwan.
-Yo pensaba que el Corrupto (así le llaman a Llewellyn los magos blancos) se lo había cargado.
-Pues, como en todo, os equivocáis. Xeanorth está casi listo y necesitamos algo para detenerlo.
-¿Una obra de teatro sin gracia?
-NO, el poder combinado de la luz y de la oscuridad- ahora era Maxil el que hablaba.- Irás junto con un caballero negro a buscar al mago Xeanorth y frenarle en sus propósitos.
-¿Pero por qué no va un hermano con más experiencia?
-Pues porque precisamente si no sales de estas cuatro paredes no adquirirás conocimientos suficientes para vencer. Te irás esta tarde con este caballero, Iwan, y te unirás a Oberon en la misión. Además, todos estamos viejos para esos trotes…



Por la tarde estaba todo listo para partir. Solo faltaba despedirse.
-Hermano, no se que puedo hacer para recompensar todo este tiempo.
-Tu solo sigue nuestras enseñanzas y cumplirás de sobra. Tienes todas nuestras bendiciones.
-Y no tendré por casualidad algo más…
-Cierto, se me olvidaba.
Y tras propinarle al joven una excelente patada giratoria en la cara que le produciría un moratón muy duradero, Iwan McGregor partió al encuentro de ese compañero Oberon, con el caballero oscuro riéndose a carcajadas de los monjes, los caballeros y todo lo blanco en general.



NO se si tengo que retocar algo, pero de momento es asi
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeMiér Mar 30, 2011 8:09 pm

Edu, lo sabia, me quedó el Pene Drive en tu casa junto con el comic, me puedes subir la historia? XDD

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Ones
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeMiér Mar 30, 2011 9:10 pm

Has tardado hmmm casi 2 semanas en darte cuenta que te faltaba? lol!
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MensajeTema: Re: Historias de los personajes de la 4º Crónica   Historias de los personajes de la 4º Crónica Icon_minitimeMiér Mar 30, 2011 9:20 pm

Vale burraco, he tardado casi dos semanas en DECIRLO XD

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“Memorias de Cid Redlynx.”




“Bueno, aquí estamos. Finalmente me he comprado un diario. Un libro en blanco, dispuesto a que la tinta se deslice sobre él para guardar, en un espacio de tiempo (una irónica expresión por cierto) determinado, información que un individuo tenía en la cabeza.

O visto de otra manera, unos jodidos cachos de pergamino cosidos con una tapa.

En fin, ¡qué mejor manera de empezar unas memorias que por el principio …! Bueno, lo cierto es que llevo tanto tiempo recorriendo la senda vital que mi pasado me resulta casi tan borroso como mi futuro …


El sol brillaba. Es lo que hace el sol, ¿sabes? Por todos los dioses… ¿De donde has salido, de las cloacas?
Lo más irónico es que es un diario. Pero se me hace raro escribir para mí. ¿no crees? Así que te llamaré Thomas. Thomas de Gaula, un simpático niño que nadie sabe por qué ha robado mi diario. Así que más te vale que lo devuelvas, si pretendes conservar tu virilidad!
Bueno… ¿Por donde iba?
Ah, si, mi vida.

El sol brillaba, es lo que hace el sol. Yo nací ese día, o eso creo. El tiempo ha pasado tan rápidamente que mi memoria tuvo que librarse de parte de la carga para poder avanzar al ritmo de los amaneceres.

Mi padre era … o no, espera … sí, mi padre era un caballero errante. De las Ciencias. Ith Redlynx. Nació apretado, vivió excitado, y murió aplastado.

Habían destituido al antiguo monarca de nuestra ciudad querida, Valcardo, y mi padre se situó justo debajo de la estatua del dictador cuando iba a ser retirada. Pobre alma en pena, se podría que murió “pisado” por el régimen.

¿Mi madre? Como un jardín de rosas de primavera que por cualquier motivo, florecía en invierno. Su nombre era Eslania. Era una mujer del desierto emigrante. Se enamoró de mi padre por … bueno, mi hipótesis es que mi padre usó un filtro de amor.

Crecí en Valcardo, un valle fresco, lluvioso, y lleno de linces. ¿He dicho ya lluvioso?”

De pequeño me gustaba putear a mis padres tele transportando objetos cotidianos y esperar a que los buscaran. Y en el colegio, ¡oh amigo, todos se tronchaban viendo a la profesora de élfico buscando las tizas que le desaparecían de la mano! Hasta que descubrieron el truco y … me hicieron ingresar en un Internado de Magia.

Aquello estaba lleno de magos y hechiceros repipis, con sus batas largas y recién lavadas por sus mamás … y ellos no sabían hacer nada. Sus vidas rondaban alrededor de unos libros. ¿Yo? Autodidacta amigo.

Tras pasar unos años y cuando la oportunidad se presentó, me largué de aquella mansión espectral. Había aprendido, pero no gracias a ellos.”


Ahora mismo me estoy preguntando quién demonios podrá leer esto alguna vez. Bueno, si triunfan las biografías sobre imbéciles que se creen héroes por contactar con poderes sobrenaturales y olvidarse de los que lo necesitan, ¿por qué no yo?


“Una vez pasada mi adolescencia con varios triunfos amorosos … fallidos, ingresé en la facultad de Ciencias, por poco no me llega la media. Peor mereció la pena cuando comencé a dominar la ciencia de la pólvora, ya sabéis, el polvo estival de la facultad. Oh si, buenos tiempo, ¡buenos tiempos!


Y entonces, llegó la mili.

El Imperio me destinó a los desiertos del sur, cerca de las gentes de las arenas.
De todas las maneras intenté poner excusas : “por favor, tengo familia, tengo hijos, soy miope, me faltan dos piernas … y …. Soy inteligente, no puedo estar en el ejército …! “

Finalmente me dieron una patada en el culo y me lanzaron directo a las tierras del Sur.

Fusilero. Pero que gran posición. Sólo había que cubrirse y disparar. Me resultó sencillo, ¿sabéis? Bueno, al pobre Jim le costaba bastante … pobre Jim. Murió aplastado por un rinofante … una manada, concretamente … descanse en paz (imbécil).

Era entretenido, peligroso, y exigía disciplina. Las arenas eran como cepos gigantes, y cada metro de cada duna, un activador. La parte buena es que sobreviví. De todas maneras, tengo la sensación de que el Imperio pagará con la misma moneda la sangre derramada sobre el desierto.
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Volví a los 9 o 10 meses de mili. Volví con una desenfrenada pasión por los fusiles y su modo de disparo “sideral”. Me dediqué unos años a la investigación química y mecánica de estos aparatos, pero también del funcionamiento de reacciones entre ciertos elementos y substancias; de esta última hay una anécdota que contaré a continuación.

Veréis muchachos, conocí a una jaca muy “maja” de cuyo nombre no quiero acordarme, llamada Dina. Por suerte llevaba uno de los filtros de amor que mi padre había usado para seducir a mi madre. Funcionó de una manera incluso excesiva, tanto que ni me dejaba trabajar ni estudiar. Un día estaba en mi sala de investigaciones de la facultad, a la que también llaman habitación, cuando Dina se acercó sigilosamente con su insaciable ansia de mí. Me mordió en cuello, me agarró por debajo de las costillas…

Yo estaba trabajando con ácido sulfúrico. Mi primera reacción fue el placer instantáneo. La segunda fue arrojar brutalmente todo el ácido por los aires y llegar a los verdes ojos de Dina, que me metió semejante patada que me tiró por la ventana de la Universidad. No sé qué demonios pasó después de mi caída sobre los matorrales, pero una cosa estaba más que clara: no volveré a la Universidad de Valcardo jamás.
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Me hice pasar por peregrino hasta llegar a la ciudad de Anchorhead. Decían que ahí se reunían muchos catedráticos de la región; esperaba poder aprender de los profesionales para sacarme un doctorado en Químicas y Pociones. De nuevo la media casi me falla, pero trampeé un poco, cambiando la nota tele transportando el examen de la mano del profesor a la mía mientras corregía.

Trabajé de catedrático finalmente en Anchorhead unos cuantos lustros, durante los cuales conocí a otra joven chabacana llamada Anne, con la que tuve un bonito chabacano tras 2 años de casado. Anne murió en el parto, pero el chavalín se salvó … lo llamé Ith en honor a mi padre … lo crié con todo lo que pude en Anchorhead, hasta que cumplió su segunda década . Estaba preparado para ir a la facultad de arquitectura… y artes marciales; situada en el tercer continente.

Consiguió librarse de la mili.
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¿El por qué de mi don? Pues yo qué sé. Capricho mágico, quizás, familia. Dicen que la magia puede encontrarse en numerosos lugares de Eo, que puede flotar libre e infundir su poder en ciertos corazones.

Mi opinión es que tengo tanto como buena suerte con estas cosas, como mala para otras. Sólo hay que ver episodios familiares de este servidor.

Soy un maníaco. Sin duda. Me he podido investigar a mí mismo y he llegado a esa conclusión. Pero no me importa, Tengo 57 años y aún no estoy cansado de nada. No desesperaré hasta mi muerte, y como puede ser cualquier día, estoy preparado.
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Maldita sea, acabo de hacer un resumen de mi vida hasta el momento … bueno, este podría ser el final.

De todas maneras, este final me suena un tanto a comienzo … me está viniendo la inspiración … ¡Demonios! Ahora mismo cojo mi petate y me largo a la aventura. Como en los viejos tiempos …bueno en realidad no, pero no importa, es una frase hecha.

Recuerda pues querido lector, que no hay bien ni mal; sólo balas en la cabeza. Como aquella vez con una moza en las montañas del norte que… “
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